Tal y como lo define Murray Bookchin, el municipalismo libertario es el nombre
del proceso que
Desde ese primer nivel político de la comunidad es desde donde el municipalismo
libertario se esfuerza por crear y renovar el ámbito político,
para expandirlo posteriormente. A partir de ese nivel, las personas pueden
pasar de estar atomizadas a reconocer a sus vecinos, crear una interdependencia,
llegar a acuerdos en aras del bienestar común. Es ahí donde
se pueden construir las instituciones libertarias (y Bookchin no considera
tal concepto una contradicción), que lleven a una amplia participación
comunitaria y la mantengan de forma permanente. Se trata de que los ciudadanos
recuperen el poder que el Estado les ha arrebatado. El municipalismo libertario
llama "municipalidades" a este tipo de comunidades políticas
potenciales. A pesar de que las municipalidades varían en tamaños
y en estatus legal, puede decirse que todas tienen en común las características
y tradiciones suficientes como para que reciban esa denominación. Son
lugares que tienen un potencial político, en los que la tradición
de democracia directa (aquí Bookchin recoge toda una tradición
histórica) puede ser revitalizada. Podemos denominar a este espacio
público como potenciamente autogestionable (si no queremos hablar de
un gobierno o de democracia, para no caer en términos que resultan
confusos en las ideas libertarias).
Naturalmente, ese deseable ámbito político libertario, entendido
desde la perspectiva del municipalismo, solo puede realizarse si la vida comunitaria
se reduce a determinada escala. Las grandes ciudades actuales se descentralizarían
en municipalidades más pequeñas susceptibles de ser autogobernadas.
El poder pasaría del Estado y los ayuntamientos a esas pequeñas
municipalidades, nacerían nuevos espacios públicos, una nueva
infraestructura y producciones económicas locales. Es posible que las
personas pasaran de la actual vida estresante, en la que se ven obligados
a desplazarse continuamente, a una mayor implicación en lo local, si
así pueden realizarse personalmente. Esta descentralización
no tiene por qué afectar a todas las instituciones, ya que en el caso
de, por ejemplo, las universidades y los grandes hospitales sería más
efectivo mantenerlos. En cualquier caso, se espera que la implicación
de los ciudadanos en los asuntos públicos condujera a un nuevo florecimiento
cultural, de tal manera que se decidiera crear escuelas, teatros o recintos
sanitarios sin necesidad de cerrar los grandes centralizados. Del mismo modo
que puede producirse la descentralización institucional, también
puede darse una física. Esa descentralización geográfica
alude al entorno construido de una gran ciudad en referencia a su terreno
e infraestructura. Gracias a ello, es posible recuperar un equilibrio entre
la ciudad y el campo, entre la vida social y la biosfera. Es sabido que Bookchin
tenía una gran preocupación por edificar una comunidad ecológicamente
sólida.
Después de los dos tipos de descentralización, debe haber un
proceso democratizador directamente vinculado. Las instituciones creadas,
de democracia directa, estarían formadas por asambleas de ciudadanos
(reuniones generales en las que todos los ciudadanos de un área determinada
se reúnen, deliberan y toman decisiones sobre los asuntos comunitarios).
De nuevo se apela a la historia para llegar a normas y prácticas racionales.
Por supuesto, la intención transformadora es contraria a toda jerarquización,
por lo que en ese sentido las praxis anteriores pueden ser rechazables. En
cualquier caso, no se habla en ningún momento de instituciones inmutables,
todas son susceptibles de mejora. Los lugares de reunión, así
como la periodicidad y duración de las asambleas, serán cosa
de los ciudadanos, siempre tratando de fomentar la participación pública.
Las normas establecidas se decidirán en las primeras acciones de la
asamblea, teniendo en cuenta que no se habla de un poder separado de la sociedad,
ya que se encuentra bajo el control de los ciudadanos gracias a la municipalidad.
Pueden establecerse comités de barrio, consejos y juntas consultivas
y administrativas, siempre dirigidas a influir sobre los temas que interesen
y siempre respetando la política que decida la asamblea. Los temas
deberían ser expuestos de la forma más amplia posible, fomentando
siempre el debate, algo propio de una democracia directa, y respetando la
pluralidad de puntos de vista. Toda persona tiene el derecho a hablar en la
asamblea, aunque el carácter de cada uno puede dificultar este hecho,
siempre se pueden buscar formas de dar a conocer una forma de pensar (a través
de las personas más capacitadas) y aprender con el tiempo a expresarse
mejor y adquirir confianza.
Las personas que tienen una tendencia libertaria rechazan que sea una mayoría
la que tome las decisiones, ya que eso supone obligar a la totalidad de la
comunidad. Puede decirse que el gobierno de la mayoría es siempre coercitivo
y contrario a la libertad individual. La propuesta que se suele dar es el
consenso, en el cual no se toma ninguna decisión final hasta que todos
los miembros de la comunidad están de acuerdo. Esta búsqueda
de consenso es apropiada, y puede funcionar en grupos pequeños. Sin
embargo, en grupos mayores y heterogéneos la cosa se complica, hasta
el punto de que incluso la voluntad de uno o de un grupo pequeño puede
dificultar la toma de decisiones. Es prácticamente imposible que todos
los miembros de la comunidad estén de acuerdo en todas las decisiones.
El conflicto forma parte de la política, y la disidencia es buena,
ya que hay individuos que pueden considerar que una decisión no es
adecuada para ellos mismos o, incluso, para la comunidad. No obstante, la
búsqueda de consenso puede tener también sus trampas y sus coacciones
diversas (la psicología social puede decir mucho sobre cómo
la gente toma sus decisiones), incluso personas que disienten pueden ser empujadas
a votar finalmente con la mayoría sin que esa sea su auténtica
voluntad. De la misma manera, provocando que el disidente se excluya del voto
supone eliminarle sin más de la esfera política y hacerlo también
con su punto de vista. Es por eso que Bookchin critica el consenso, ya que,
o bien intensifica el conflicto hasta fracturar la comunidad, o bien acaba
silenciando a los disidentes. Una alternativa es que los disidentes voten
abierta y libremente, manifestando su oposición a la mayoría,
con la esperanza de que su decisión influya sobre el cambio. De esta
forma, aunque sea una mayoría la que toma las decisiones que afectan
a la vida social, la minoría se reserva la libertad de intentan derrocar
lo decidido. Siempre existirá la libertad de expresar las discrepancias,
ordenada y razonadamente, intentar convencer a los otros de que el punto de
vista propio es mejor, y la asamblea puede documentar al respecto. De esta
manera, las minorías preparan el terreno para demostrar que una decisión
puede haber sido equivocada y, al mismo tiempo, provocan el desarrollo de
la conciencia política de la comunidad.
pretende volver a crear y expandir el ámbito político
democrático como el lugar del autogobierno de la comunidad. Este proceso,
por lo tanto, tiene que tener como lugar de partida la comunidad. La comunidad
está comprendida por individuos cuyas viviendas están agrupadas
en un lugar público diferenciado, formando una entidad comunitaria
perceptible. Ese espacio público es el lugar donde lo privado se convierte
en comunal. Los vínculos dentro de esa esfera pública están
marcados por la proximidad residencial, así como por los problemas
e intereses compartidos surgidos de esa comunidad (ambientales, educativos,
económicos...). Esos asuntos que los miembros de la comunidad tienen
en común, opuestos a los propios de la vida privada, son los temas
de interés en el ámbito político. Existen otros ámbitos
de la sociedad, como el trabajo o la universidad, donde también se
establecen asuntos de interés público, y esos lugares también
pueden y deben ser democratizados (ya iremos viendo el concepto que Bookchin
tiene de la democracia directa, plenamente compatible en nuestra opinión
con el anarquismo).
La aparición del ámbito político
Vamos a tratar de realizar una distinción histórica, atendiendo
a ciertos pensadores, sobre la distinción entre el ámbito político
y otras esferas de la intervención humana. Murray Bookchin, sin dudarlo,
establece tres ámbitos: el político, el social y el Estado.
En la Antigua Grecia, Aristóteles solo reconocía una dualidad:
la esfera social y la política. Muchos pensadores han continuado pensando
como el estagirita, como es el caso de Hannah Arendt, aunque esta autora parece
ser que lo que llamaba ámbito político es lo que ahora podemos
considerar el Estado (una confusión, por otra parte, habitual).
El ámbito social podemos considerarlo el ámbito privado, y no
podemos confundirlo con la sociedad en su conjunto. La esfera privada es la
más antigua de los tres ámbitos mencionados por Bookchin, de
tal forma que en la prehistoria, en forma de grupos y tribus, las comunidades
humanas se estructuraban alrededor de él. Al no existir el Estado,
lo que podemos llamar vida grupal coexistía en las primeras sociedades
con el ámbito social. Todas aquellas comunidades se mantenían
cohesionadas y organizadas por el parentesco, pero también por otros
factores que se consideraban hechos biológicos inalterables (como los
roles atribuidos al sexo o la cuestión de la edad). Es posible que
tardara en aparecer la diferencia de clases y la dominación en la misma
sociedad, dándose tal vez una solidaridad gracias a esos factores de
cohesión, aunque lo que parece seguro es que la aparición del
chovinismo y el racismo (hostilidad hacia otras tribus, al considerarlos una
amenaza, y consideración de una taxonomía diferente hacia sus
miembros) fue algo consustancial al nacimiento de las primeras sociedades.
Ello no implica que no existieran también muestras de benevolencia
hacia los extranjeros, aunque hay que tener en cuenta siempre los factores
supersticiosos que empujaban a considerarlos algo peligroso.
Las sociedades tribales eran nómadas, cazaban y recolectaban, y en
algunas ocasiones recurrían a formas básicas de horticultura.
Con el neolítico, se da un cambio de paradigma económico, la
agricultura y cría de animales conducen a que las tribus se establezcan
en aldeas estables. Con ello, llegó el hecho del almacenamiento de
víveres, con lo que algunos miembros se convirtieron en los distribuidores
y, consecuentemente, en poseedores de bienes y riqueza. Se dio lugar así
a la división de clases, lo que acentuó la jerarquización
ya existente (se dio la supremacía al género masculino, creándose
la cultura del patriarcado). El concepto del chamán dejo paso a lo
que se pueden considerar ya sacerdotes, fortaleciéndose también
la institución religiosa con sus demandas ya claramente materiales.
Sin embargo, tal vez la consecuencia más importante en este cambio
de paradigma económico es el nacimiento de las ciudades: grandes asentamientos
permanentes sin producción propia, dependiendo del grano importado
del campo. Los componentes de estas ciudades tenían su vida estructurada,
no ya alrededor del parentesco, sino por la proximidad de residencia y por
los intereses compartidos. Poco a poco, la ciudad se convirtió en una
forma de vida en la que el principio de organización social no eran
ya los lazos de parentesco; la gente no se consideraba ya miembro de una tribu,
sino que se veía a través del prisma de un estatus social o
de la pertenencia de bienes, o de una determinada residencia o profesión.
Aunque seguirían existiendo prejuicios étnicos, la nueva situación
produjo que se diluyeran en cierta medida; un nuevo orden social transformó
a la gente de una condición tribal en componentes de grupos heterogéneos
y potencialmente cosmopolitas. Era el germen de lo que podemos llamar la universalidad
humana.
Insistiremos en que estas ciudades, por muy heterogéneas que fueran,
no eran paraísos de igualdad. Existían jerarquías militares
y religiosas, así como división de clases y de género.
Las élites que gobernaban dominaban a los ciudadanos comunes, los cuales
trabajaban para proporcionar bienes o se convertían en soldados forzosos
para brutales periodos de guerra. Por otra parte, la ignorancia sobre los
fenómenos naturales hizo más poderosa a la clase sacerdotal.
Incluso, estas primeras ciudades se podían ver como vastos templos.
Sin embargo, y a pesar de todas estas tiranías, podemos considerar
que la revolución urbana abrió la posibilidad de que pudieran
existir también comunidades libres e igualitarias. El hecho de que
las personas tuvieran conciencia de una humanidad universal, también
dio lugar a la posibilidad de una organización ética y racional.
Es por eso que la aparición de la ciudad inauguró el desarrollo
de lo que podemos llamar "ámbito político". Esta esfera
se caracteriza por la existencia en una misma ciudad de intereses compartidos
y de espacios públicos mantenidos en común por comunidades interétnicas.
El ámbito social queda físicamente delimitado por las paredes
del hogar, más allá está el ámbito público
(calles, plazas y lugares de reunión). En ese espacio público,
los ciudadanos podían comerciar, encontrarse, relacionarse, influenciarse
mutuamente, intercambiar noticias y hablar de asuntos comunes. Eran espacios
que, potencialmente, podían ser usados para fines cívicos y
actividades políticas. Es la polis griega, a pesar de las desigualdades
ya mencionadas, la que define y concreta el ámbito político
como el campo de la autogestión por democracia directa: la libertad
positiva de una comunidad como conjunto, con la cual las libertades individuales
están estrechamente entretejidas. Ahí se puede situar la tradición
de democracia directa, que es ahogada por los grandes imperios que llegan
después, pero que reaparece a lo largo de la historia (como es el caso
de algunas comunas medievales). En pleno feudalismo autoritario, algunos ciudadanos
reclamaban un espacio para autogestionar sus asuntos sin élites gobernantes.
La aparición del ámbito político abre la posibilidad
de una comunidad libre y autogestionada, pero las élites políticas
siguen ejerciendo su autoridad sobre la vida política (apelando incluso
a derechos tribales ancestrales supuestamente superados). Por otra parte,
los ejemplos históricos de lo que podemos llamar "democracias
directas" conservan numerosos rasgos oligárquicos, xenófobos
y discriminatorios de diversa índole. Sin embargo, todos esos defectos
son contextualizables, propios de un determinado momento en la totalidad de
una época. Era seguramente muy complicado que no se diera la esclavitud
en la Antigua Grecia, al igual que en otras sociedades del momento, pero sí
se mostraron superiores a las monarquías represivas de esas regiones
y generaron el concepto del ámbito político. El Estado, al igual
que los ámbitos social y político, también tiene un desarrollo
histórico.
Formación ciudadana
El liberalismo es, al menos a día de hoy, una teoría política
primordial para la democracia representativa. Según esta idea, el individuo
es libre y soberano para elegir entre una serie de opciones en unas elecciones
democráticas. También, entre las libertades que preconiza el
liberalismo, está la presunta libertad para buscar su beneficio personal.
La cultura norteamericana, puede decirse, es la exacerbación de esta
visión heroica y abnegada del individuo en buscar de una determinada
meta. Sin embargo, no es demasiado complicado desmontar esta visión
de un individuo autónomo, que no depende de un vínculo social,
ni a nivel privado ni a nivel comunitario. No está nunca de más
insistir en esta visión falaz del liberalismo, cuyos postulados son
meramente negativos; es decir, autonomía e independencia son conceptos
que no adquieren un sentido pleno ni positivo si no los vinculamos a lo social.
El individuo solo puede realizarse aceptando su condición de "animal
social", no independizándose de la sociedad, ya que necesita el
apoyo y la solidaridad de la comunidad. Las más nobles aspiraciones
son tanto individuales como sociales, y solo el individuo plenamente desarrollado
puede comprender esto. Incluso, a pesar de lo que sostenga el liberalismo,
las etapas de mayor atomización pueden coincidir con un mayor poder
del Estado y de otras instancias a las que el individuo se subordina. En las
sociedad contemporánea, desgraciadamente, el ciudadano se ve reducido
a su condición de votante y de contribuyente; tanto el Estado, como
el sistema capitalista, promueve la infantilización, perpetúan
la dependencia y la subordinación (aunque esa intención adopte
la forma de tutela en tantas ocasiones). En este contexto, potenciado por
una sociedad de consumo que nos empuja a acumular bienes de manera irracional,
nos convertimos en extremadamente vulnerables a la manipulación por
parte de personas y de instituciones. Elegir a un candidato a un puesto, tal
y como elegimos un producto en el mercado, debe ser sustituido por una vida
política activa con un compromiso claro con los asuntos que nos afectan.
Por lo tanto, hay que trabajar para desmontar esa mistificación de
un individuo autónomo y autodeterminado desprendido de todo nexo social.
Nuestra capacidad de razonar, la dependencia mutua que tenemos con otras personas
y la necesidad de la solidaridad deberían ayudar a una existencia más
activa y a la creación de un nuevo ámbito político libertario.
El Estado, el capitalismo y la jerarquía social pueden ser sustituidos
por las instituciones cooperativas adecuadas. Esta perspectiva, por ejemplo
para Murray Bookchin y su idea del municipalismo libertario, pero también
en nuestra opinión desde cualquier perspectiva ácrata (un socialismo
descentralizado, una autogestión de lo social), se realiza desde el
ámbito de lo local. Una nueva sociedad requiere de un nuevo carácter
social e individual, nada de votantes y contribuyentes pasivos. Nuevas potencias
del carácter, virtudes cívicas y compromisos pueden desarrollarse
en un nuevo contexto. Entre todo ello, otorgar un campo más extenso
para la razón y para la solidaridad (compromiso con el bien público)
es primordial. El esfuerzo y la responsabilidad compartidos de todos los miembros
de la comunidad es lo que hace a ésta posible. Tantas veces se ha cuestionado
la capacidad de los ciudadanos para gestionar con sentido común de
manera directa, pero precisamente en potenciar la razón, algo tan cuestionado
en la posmodernidad, estriba la cuestión. Para un debate constructivo,
es necesaria la razón, precisamente para superar todo partidismo y
prejuicio, para demostrar la superioridad de una sociedad cooperativa frente
a otra competitiva en la que las personas están atomizadas. Esta visión
socialista no elimina la posibilidad de una vida personal enriquecedora, todo
lo contrario, promueve un mayor sentido en las relaciones humanas. De hecho,
debemos analizar siempre qué relación tenemos con las personas
de nuestro entorno, y acabaremos descubriendo el miedo y la desconfianza que
prevalecen sobre cualquier otro factor. Al compartir proyectos, las personas
desarrollamos nuevos vínculos solidarios y responsabilidades conjuntas,
podemos ganarnos la confianza de los demás y dar lugar a nuevas situaciones.
En definitiva, individualidad y comunidad pueden reforzarse y alimentarse
mutuamente desde una perspectiva libertaria. Observar el compromiso y la vida
activa, no como una pesada carga, sino como una forma de realización
es la base para este nuevo contexto social.
La mentalidad estatal, es decir, conservadora, considerará siempre
al ciudadano como un crío incompetente y escasamente razonable. Con
las adecuadas experiencias y preparación, los ciudadanos pueden adoptar
posiciones razonables y constructivas. Solo hace falta desprenderse de prejuicios
y tener la paciencia necesaria y fortaleza de carácter. La política
puede pasar de la clase dirigente, de la profesionalización, a la gente
de la calle. Precisamente, el grado de maduración de los ciudadanos
es lo que puede alcanzar un compromiso político no profesional, sin
subordinaciones a jerarquía alguna. Esa actitud de las personas para
autogestionar la sociedad no brota de la noche a la mañana, puede ser
resultado de una preparación cuidadosa, un formación cultural
y personal propia de una nueva situación. Los antiguos atenienses,
denominaban a esta educación paideia, el cultivo apropiado de las cualidades
cívicas y éticas necesarias para la ciudadanía. Esa educación
puede estar dirigida también a una identificación con la comunidad
y hacia una responsabilidad con ella, hacia la participación asamblearia
de manera racional, tolerante y creativa. Esta formación de ciudadanos
se produce también en la participación política, la mejor
escuela es sin duda una nueva sociedad cooperativa y participativa, integrada
por individuos responsables. Es una tarea inmensa, que no pasa por un mero
compromiso político, ya que el ser humano necesita tantas veces respuestas
vitales inmediatas. Es necesario, como hemos dicho antes, mucha paciencia
y carácter para lograr resultados y transformar la sociedad. Desgraciadamente,
muchas personas reducen su conceptos de la política al arte de gobernar,
al Estado, y no son capaces de encontrar una alternativa clara al sistema
económico. Sin embargo, a medida que vayamos encontrando nuestras propias
respuestas, gracias a tratar de escapar de toda subordinación y a construir
más ámbitos de debate, junto a más vías solidarias
y participativas, es posible que se vayan cimentando las bases de un nuevo
contexto libertario.
La descentralización institucional
Lo deseable es que las personas recuperen el ámbito político
de lo local (podemos llamarlo municipalidad, en consonancia con el pensamiento
de Murray Bookchin, ya que la terminología es menos importante que
los hechos). Tal y como hemos comprobado en los últimos años,
con movimientos sociales como el 15-M, se forman asambleas y el poder pasa
a los ciudadanos, lo que requiere un esfuerzo consciente por parte de cada
persona. Los anarquistas, como movimiento social, tal vez sean los que más
experiencia tengan en este sentido, por lo que pueden ayudar a formar y a
movilizar a los ciudadanos y a establecer las asambleas. Aunque, en gran medida,
pueda haber mucho de espontaneidad en el movimiento, solo la organización
libertaria establecerá bases sólidas para la transformación
social. Resulta esencial que se creen también grupos de estudio, que
debatan y busquen respuestas ante todas las necesidades locales. Solo a través
de la autoeducación, tratando de vencer todos los obstáculos
que se puedan presentar, puede luego ayudarse a los demás y propiciar
que se eduquen a sí mismos. Todo ello contribuirá a hacer avanzar
un movimiento libertario desde lo local, sin que existan tendencias centralistas
y autoritarias. En cualquier caso, es imprescindible el florecimiento cultural,
tal y como propicia el anarquismo, solo posible donde se dé la máxima
libertad con la máxima igualdad.
Insistir en el esfuerzo consciente y en la educación social es algo
importante, con toda la dificultad que ello conlleva en nuestra sociedad,
tan dada al aislamiento y a la enajenación. Bookchin apostaba por la
creación de una fuerza identificable dentro de la comunidad, la cual
debería darse un nombre previo, claro y reconocible, para desarrollar
una inconfundible identidad política. Es esta fuerza, o movimiento,
la que puede ayudar a la educación pública, captando los temas
que sean de mayor interés. La implicación en lo local supone
poner en marcha análisis, estudios, medios, expresiones artísticas...
todo aquello que ayude al conocimiento de un determinado tema y lo ponga al
alcance general. Pueden publicarse y distribuirse todos las expresiones a
través de los lugares más frecuentados. A modo de la antigua
tradición del ágora, pueden hacerse lecturas, conferencias y
debates en espacios públicos o en cierto centros, todo ello propiciando
la continua educación sobre los más variados temas, incluyendo
la formación política. Aunque en la sociedad capitalista pueda
haber rasgos cooperativos, que fortalecen la solidaridad en comunidad, solo
la creación de asambleas de ciudadanos y el florecimiento de una nueva
vida cultural y política puede crear una sociedad libertaria, junto
a las instituciones que le dan sentido, de forma permanente. Verdaderamente,
se necesita una gran preparación, ética y política, junto
a una voluntad y una paciencia férreas, para explicar a los demás
lo importante de la sociedad libertaria.
Un problema que planteaba Bookchin, que no se produce en pueblos y ciudades,
era el de los suburbios. Los grupos que se hallen en un área suburbana
pueden desplazarse durante largo tiempo sin que den con un espacio público,
pisando solo propiedad privada y apenas relacionándose con otros seres
humanos. El anarquismo se basa en la existencia de la comunidad, por lo que
tiene más sentido en aquellos lugares donde la gente se encuentra con
los demás con cierta frecuencia. En los suburbios, el sentimiento comunitario
es más débil que en pueblos y ciudades, aunque también
existen intereses comunes sobre educación, medio ambiente, transporte
o economía local. El ser humano necesita vivir en sociedad para poder
desarrollarse, resulta impensable que haya nadie que lo dude a estas alturas
(incluso aquellos críticos con la vida en sociedad, tienen que pensar
que son igualmente determinados por ella, aunque sea por su propio y deseado
aislamiento), por lo que las necesidades prácticas de nuestra existencia,
individual y social, hacen que sea necesario que nos entendamos con los demás.
No de forma casual, sino de una forma deliberada y consciente, ya que solo
ello puede tender a la liberación. Para ello, sea donde sea el contexto
urbano en el que vivamos, hay que buscar espacios públicos donde se
delibere y se conduzcan adecuadamente las reuniones.
En el caso de las grandes ciudades, con la concentración a veces de
millones de personas, se presentan otro tipo de problemas. Tantas veces, las
personas somos extrañas unas a otras, a pesar de vivir en el mismo
vecindario. Esta densidad de población parece excesiva para la creación
de asambleas populares, ya en la Antigua Grecia se consideraba que la polis
debía ser lo suficientemente pequeña para que los ciudadanos
se conocieran entre sí. En estas ciudades enormes, se produce el mismo
poder político que en un Estado, por lo que la democracia directa plantea
verdaderas dificultades. No obstante, tal como dice Bookchin, la administración
del municipio tiene diferencias con la del Estado-nación, ya que la
implicación del ciudadano es más accesible y los centros vecinales
no son tan difíciles de crear. Las juntas escolares y la reuniones
de distrito permiten a los ciudadanos de un mismo vecindario reunirse y hablar
de problemas comunes. Es posible que una descentralización física
fuera complicada, y extendida en el tiempo, pero una descentralización
institucional puede iniciarse en cualquier momento, como podemos ver en ciertos
movimientos sociales, de ámbito general, con la creación de
asambleas populares. Los rasgos libertarios se encuentran en esta creación
de asambleas populares por barrios, y también en su posterior confederación,
que puede tratar de coordinar cuestiones como el transporte, la sanidad y
otros servicios. Es un inicio de descentralización institucional, a
nivel de barrios, que puede conducir a transformaciones generales también
en aspectos logísticos y estructurales.
Siendo, como somos, los anarquistas siempre críticos con eso llamado
"identidad colectiva", creyendo siempre en una liberación
individual íntimamente ligada a la cuestión social, hay que
aceptar las diferentes culturas y sensibilidades que albergan las grandes
ciudades. Una descentralización institucional, que asegure la potestad
de los ciudadanos para gestionar los asuntos que les atañen, donde
las personas de sensibilidad libertaria posibiliten que se asegure la pluralidad,
la dignidad y el respeto, solo conseguible gracias a la máxima libertad
junto a la máxima igualdad, y donde se produzca un ilimitado florecimiento
cultural y político, es un camino en el que la utopía puede
ir haciéndose realidad y alejándose cada vez un poco más
hacia adelante.
Capi Vidal