23/10/13

Ideas para la acción.

“La fuerza que posee la burguesía para explotar y oprimir a los obreros reside en los fundamentos mismos de nuestra vida social y no puede ser abolida por ninguna transformación política y jurídica. Esta fuerza es ante todo y esencialmente el régimen mismo de la producción moderna, es decir la gran industria”. Así se expresaba Simone Weil en su trabajo: “Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social”, que en una parte de su primer capítulo dice que Marx explica admirablemente el mecanismo de la opresión capitalista y lo explica tan bien que uno apenas puede imaginarse cómo ese mecanismo podría dejar de funcionar.
Y esta es la cuestión principal que nos hace detener en analizar desde el campo de la organización sindical de los trabajadores si en realidad este pensamiento expuesto en 1934 tiene aún vigencia o fue mutando de manera diferente a aquella “producción moderna” que determinaba el desarrollo de lo que se llamó por aquellos tiempos la “gran industria”. Si la fuerza de la burguesía para explotar y oprimir a los trabajadores en aquél pasado se basaba en el régimen de específicos hábitos productivos, hoy, se han visto robustecidos por el desarrollo tecnológico de la industria (cibernética, telemática y robótica) y a raíz de ello la nueva conformación de un mercado capitalista como producto de esa transformación tecnológica, totalmente globalizado.
El sistema capitalista de producción ha logrado desde sus inicios, a través de la metodología de la división del trabajo, “piedra angular” de su concepción productiva, históricamente comprobable, la distorsión entre la relación del “sujeto productivo” y el “objeto producido”, quiere decir esto: “la subordinación del trabajador a las condiciones materiales del trabajo”. Porque en la producción capitalista tiene fundamental importancia la existencia de un mecanismo independiente de la voluntad de los trabajadores que “los asimila como engranajes vivientes” y como consecuencia produce la división entre las ideas-fuerzas psicológicas que intervienen en la producción y el trabajo manual, transformándose las “ideas-fuerzas psicológicas” en poder del capital por sobre las del trabajo y encuentran su punto más alto en aquella “gran industria” fundada sobre la base de la máquina.
Son esas razones la que determinan la subordinación de los trabajadores a las empresas en el sistema capitalista, porque son las estructuras productivas las que predisponen a los trabajadores a la subordinación, mucho más que el sistema de propiedad. La separación entre el trabajo manual y el intelectual es una cultura instituida por el capitalismo, que es una cultura de las especialidades que abren paso a todo el sistema de jerarquías, “anclajes” de obediencias que caracteriza al sistema de dominación.
Las corporaciones sindicales de la actualidad reproducen en el seno del movimiento obrero los mismos factores que la burguesía ha instalado en las relaciones de producción basados en las existencias de aparatos burocráticos y en la separación entre las funciones de “dirección” y “ejecución”. Toda la estructura del sindicalismo está construida para la servidumbre de los que acatan las directrices de las cúpulas de los sindicatos, aun simulado con el sistema asambleario de consulta controlados por los “aparatos” de la dirección burocrática.
Así como para abolir el capitalismo son necesarias las transformaciones previas del sistema de las relaciones de producción y la cultura que emana de las jerarquías; para erradicar el actual sindicalismo corporativista será necesario que los trabajadores comencemos a organizarnos con diferentes métodos, reemplazando la estructura piramidal de esas organizaciones hechas a semejanza de la conformación del estado, por una nueva metodología que sustente su estructura orgánica en la horizontalidad sin dirigentes ni dirigidos, en donde la asamblea sea la herramienta para la acción de los trabajadores y que esta sea la voluntad colectiva libremente expresada, sin aparatos que condicionen su desarrollo a través del debate y sus argumentaciones.
A raíz de esta realidad del movimiento obrero en la Argentina, (organizado o no) pienso que la tarea de los activistas o propagandistas de la organización desde la horizontalidad de todos los lugares de trabajo consiste esencialmente en promover este tipo de organización que contenga en igualdad de condiciones y responsabilidades al conjunto de los trabajadores y no sólo a una “elite” de trabajadores establecidos desde las “comisiones internas” como una especie de “supra organización” que comanda al resto del colectivo obrero. Las “comisiones internas” no deben ser otra cosa que la voluntad del conjunto de los trabajadores refrendadas en asambleas siempre desde las bases en sus lugares de trabajo.
No podrá haber cambios en ése sentido si no se comprende que el problema no es “tal o cual” dirigente, sino el sistema que hace que “tal o cual” dirigente se enquiste en la organización de los trabajadores. En eso consiste el inicio de nuestro camino hacia la emancipación, no solo ver lo que pasa afuera de la organización de los trabajadores desde la horizontalidad de la base, sino esencialmente entender lo que nos sucede dentro de nuestro propio “sistema de organización”, porque en realidad no se trata de emanciparnos de los corporativos sino de sus sistema de contención y dominación.
Si continuamos reproduciendo el sistema de organización mimetizado en la democracia liberal continuaremos reflejando sus métodos y no podremos sustraernos a su lógica ni a sus estrategias de contención en las luchas defensivas de los trabajadores y mucho menos encauzar esas luchas hacia un proyecto revolucionario de liberación emancipativa.
La presencia que aún tienen las corporaciones sindicales en la organización de los trabajadores es garantizada por el estado con sus leyes de regulación y control sobre el movimiento obrero, pero su fundamentación más “aceitada” y “conservada” es el mito introducido con sistematicidad en el tiempo en las conciencias de los trabajadores sobre la “necesidad de una férrea conducción”, estimulada y alabada desde el poder político del estado y aceptada por las propias patronales de contar con conducciones sindicales que resuelvan por sí misma y que elípticamente resuelvan cuestiones por sobre la voluntad del conjunto de los trabajadores, predispuestas a convalidar la estrategia de un diálogo en un marco regulado por las leyes del estado.
Tal es así, que las iniciativas del activismo de darle un contenido de “acción directa” a las luchas, decididas por el debate y el discernimiento desde la libre voluntad de decisión de los trabajadores, son catalogadas por los propios dirigentes corporativos, las patronales y por el estado, como acciones lindando con lo delictivo y es sobre esos hechos en donde el sindicalismo corporativo ejerce el papel de “policía ideológica” en las luchas de acción directa de los trabajadores.
Por esa razón el estado y las patronales “plantan” no tan sólo la “criminalización de las protestas” sino que van más hacia adelante con la “subliminal criminalización de las lucha obreras” cuando éstas no responden a la concepción “fati in casa” y argentinizada de la “Lettera del lavoro” de la burocracia sindical.
Cuando la F.O.R.A. proclama entre los trabajadores, históricamente, que es partidaria de la más amplia libertad y que pone en sus medios la fuerza de sus ideales, está proponiendo que los propios trabajadores a través de sus experiencias y de acuerdo a las condiciones reales de sus puestos de trabajo se organicen sobre la base de las necesidades comunes al conjunto y no desde el “paradigma autoritario” de las corporaciones, que no son más que los intereses económicos y políticos de un grupo de dirigentes con ambiciones absolutas de poder; está induciendo a que cada trabajador piense que hay otras maneras de organizarse sindicalmente, sin depender de dirigentes que no trabajan y no pueden sentir la opresión cotidiana desde los lugares de trabajo.
En esto consiste el activismo obrero forista, en llevar las ideas organizativas diametralmente opuestas a las que avala el sistema de dominación capitalista, que hace más de 70 años que ejerce su dominación sobre el movimiento obrero y que no permite que las ideas de cada uno de los trabajadores sea debatida en las asambleas. Han sido tanto los años y tanta la sistematización de la no participación directa de los trabajadores en las decisiones vitales del movimiento obrero que hoy esa acción es vista por una gran cantidad de trabajadores como una práctica “casi” imposible.
Si las corporaciones sindicales y sus burocracias van detrás del espacio del poder económico y político, nosotros vamos por el espacio de horizontalidad de las fábricas, talleres y todo puesto de trabajo, y como sabemos que toda lucha es ideológica, de ideas, aunque en ella aparezcan las cuestiones económicas, también estamos convencidos que no sólo lo cuantitativo es necesario sino también lo cualitativo, las formas y los métodos que son parte esencial del reservorio ideológico activo de la F.O.R.A., por eso y a diferencia de otras prácticas organizativas y metodológicas que parten de la tolerancia a las jerarquías y a la autoridad del dirigente, nosotros desplegamos entre los trabajadores las ideas históricas del activismo forista que consiste en que cada trabajador es soberano y no necesita delegar en nadie sus intereses de una vida mejor y que sólo depositaremos nuestros esfuerzos en la organización solidaria que seamos capaces de construir.
Luchamos por un movimiento obrero revolucionario, que imagine y plasme un proyecto autogestionario de los trabajadores como herramienta de transformación de las relaciones de producción y como idea-fuerza para que emerja una sociedad de productores libres y emancipados de la tiranía del capitalismo y nos declaramos enemigos de cualquier tipo de dictadura, aunque se auto proclame del proletariado, porque “si la Libertad no está en el comienzo, el final es la esclavitud”.
Campi