20/5/08

Ahorcados como cerdos:esta es la realidad.


Una informacion del diario EL MUNDO:

18 de marzo de 2008.- Irán aprieta la soga con odio irracional, con las manos embadurnadas de sangre, con el beneplácito milenario de la Sharia. Por su patíbulo desfilan, siempre con los tambores del alba marcando los pasos del desahucio, los homosexuales condenados a muerte. Un golpe seco en la tráquea, seguido de la llamada fractura del verdugo –la tercera o cuarta vértebra, dicen los que saben de estos lances–, son suficientes.
Después, algún que otro titular despistado entre botellazos en el Ruiz de Lopera, entre el divorcio millonario de Paul McCartney o el affaire del gobernador putero de Nueva York recuerda a Occidente que lejos, muy lejos de aquí, los maricas son colgados como cerdos en plazas públicas. Comentamos la noticia con el primer café –sólo si la boda de Belén Esteban nos deja espacio en la tertulia mañanera; si no, pasamos directamente a Chikilicuatre–, y a otra cosa.
El novio de Mehdi Kazemi, de 19 años, fue ajusticiado con todos los honores por el régimen de Teherán. Son los efectos secundarios de la sodomía en tierra extraña; el sexo entre varones es mucho más de lo que algunos paraísos integristas pueden soportar.
Un año y medio después, Kazemi revive la pesadilla desde Europa, donde viajó para completar sus estudios. Irán se cobró la vida de su novio, y ahora pide castigo, escarnio y ejemplo también para él. Y como a Kazemi no le apetece, de momento, morir ahorcado –se nos ha puesto caprichoso el chico, fíjate qué ideas tiene esta juventud–, ha pedido asilo político al Gobierno de Londres. Y Londres se lo ha denegado. Después ha viajado a Holanda para repetir la misma operación, pero tampoco ha tenido suerte.
Parece ser que míster Gordon Brown, primer ministro británico, quiere demostrar a sus paisanos que defiende las fronteras con mano dura. Y Holanda se ha sacado de la manga el Tratado de Dublín, que establece que las peticiones de asilo deben de ser tramitadas en el primer país de entrada en la UE. (Es decir, que le ha devuelto la pelota cojonera al Reino Unido).
A Europa se le llena la boca cuando habla de los Derechos Humanos. Así, con mayúsculas. Nos inflamos como asquerosos luchadores de sumo cuando votamos constituciones europeas; vendemos el mensaje de la no discriminación por cuestión de raza, credo o inclinación sexual; escupimos los salivajos de la libertad por nuestras bocas bien alimentadas.
Y ahora que un adolescente iraní no quiere ser deportado a su país, ni pasar por el cadalso, ni remover los fantasmas de su novio muerto, los europeítos de bien sacamos a pasear al Tratado de Dublín. Pero la noticia no ha tardado en explotar en cientos de medios de comunicación. Y como el peso de las masas indignadas es muy difícil de torear en estos tiempos de globalización y televisión en directo, Londres ha decidido reabrir el caso.
Mientras los despachos de pedigrí de la capital británica deshojan la margarita de la deportación –se queda, no se queda, se queda, no se queda...–, me uno al grito desesperado de ayuda de los homosexuales de Teherán y alrededores. Porque supongo, sólo supongo, que ya está bien.