Son cosas pasadas, de otro siglo. La miseria, que el progreso parecía haber desterrado de occidente, vuelve a hacer sentir sus mordeduras. Los banqueros todavía no se están tirando desde sus ventanas, pero las calles se están llenando de pobres. Fábricas y empresas cierran sus puertas. Millones de personas se encuentran sin medios con los que afrontar el futuro. Habían prometido que una vida transcurrida de rodillas, entre un trabajo a beneficio de un patrón y una obediencia a las voluntades del gobierno, habría asegurado por lo menos una tranquila supervivencia. Ahora está claro para todos que se trataba de una mentira.
Son cosas pasadas, de otro siglo. Las colas frente a los comedores populares crecen. En los supermercados el número de hurtos va en constante aumento. Se apilan los causas por endeudamiento. Y mientras que abajo se intenta no morir de hambre, arriba se preparan para lo peor, para la temible explosión social. Se asegura la “tolerancia cero” para los que infringen la ley, se predisponen nuevas prisiones y centros de internamiento. La videovigilancia y la militarización de los barrios va en aumento. Sean viejos o nuevos, los pobres deben tenerlo claro: morir de escasez o suicidarse, sólo esto les está permitido.
Son cosas pasadas, de otro siglo. Hoy, cada vez más individuos ponen sus manos allí donde la riqueza se encuentra en abundancia. Algunos tienen también un sueño en su corazón, como aquellos dos anarquistas, Christos y Alfredo, que fueron detenidos el 1 de octubre en Grecia por un atraco a un banco. El primero, lo ha atracado arma en mano. El segundo, dicen que lo habría ayudado, guardando el dinero. Los dos anarquistas, uno griego y el otro italiano ahora se encuentran tras los barrotes. La prisión es el destino prometido a quien no se resigna a morir en la miseria y el destino prometido a los enemigos de toda explotación y de toda autoridad.
Son cosas pasadas, de otro siglo. Una economía hecha añicos, un desempleo astronómico, el deterioro de las condiciones de vida, una guerra entre pobres fomentada por los secuaces de los poderosos, un racismo que de latente se está convertiendo en galopante, un planeta amenazado por el desarrollo tecnológico, los Estados que alternan la zanahoria de la democracia con el palo del totalitarismo…
En este retorno imprevisto al pasado falta todavía algo. Que la dignidad ofendida ahuyente la desesperación y se transforme en acción. Que la libertad deje de ser el derecho a obedecer y vuelva a ser el desafio a toda forma de poder. Que el deseo de vivir no se conforme con lo que ya existe y vaya al asalto para arrebatar lo que nunca ha sido.
Es una cosa pasada, del siglo pasado, LA INSURRECIÓN .
Son cosas pasadas, de otro siglo. Las colas frente a los comedores populares crecen. En los supermercados el número de hurtos va en constante aumento. Se apilan los causas por endeudamiento. Y mientras que abajo se intenta no morir de hambre, arriba se preparan para lo peor, para la temible explosión social. Se asegura la “tolerancia cero” para los que infringen la ley, se predisponen nuevas prisiones y centros de internamiento. La videovigilancia y la militarización de los barrios va en aumento. Sean viejos o nuevos, los pobres deben tenerlo claro: morir de escasez o suicidarse, sólo esto les está permitido.
Son cosas pasadas, de otro siglo. Hoy, cada vez más individuos ponen sus manos allí donde la riqueza se encuentra en abundancia. Algunos tienen también un sueño en su corazón, como aquellos dos anarquistas, Christos y Alfredo, que fueron detenidos el 1 de octubre en Grecia por un atraco a un banco. El primero, lo ha atracado arma en mano. El segundo, dicen que lo habría ayudado, guardando el dinero. Los dos anarquistas, uno griego y el otro italiano ahora se encuentran tras los barrotes. La prisión es el destino prometido a quien no se resigna a morir en la miseria y el destino prometido a los enemigos de toda explotación y de toda autoridad.
Son cosas pasadas, de otro siglo. Una economía hecha añicos, un desempleo astronómico, el deterioro de las condiciones de vida, una guerra entre pobres fomentada por los secuaces de los poderosos, un racismo que de latente se está convertiendo en galopante, un planeta amenazado por el desarrollo tecnológico, los Estados que alternan la zanahoria de la democracia con el palo del totalitarismo…
En este retorno imprevisto al pasado falta todavía algo. Que la dignidad ofendida ahuyente la desesperación y se transforme en acción. Que la libertad deje de ser el derecho a obedecer y vuelva a ser el desafio a toda forma de poder. Que el deseo de vivir no se conforme con lo que ya existe y vaya al asalto para arrebatar lo que nunca ha sido.
Es una cosa pasada, del siglo pasado, LA INSURRECIÓN .
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