¡ANARKIA REAL YA!
Las recientes movilizaciones de jóvenes que han recorrido el estado español en los últimos días han dado mucho que hablar. Algunos veníamos advirtiendo ya desde hace tiempo la necesidad de dar una repuesta a los ataques que desde el sistema político-económico se vienen sucediendo contra la gente de a pie, jóvenes y mayores, trabajadores, desempleados, estudiantes... Nuestras referencias las encontrábamos en países como Grecia, o el norte de África.
Desde los medios de comunicación se han cubierto las movilizaciones, y se ha insistido en el carácter cívico y pacífico de las mismas. También se ha criticado la actitud de “grupos minoritarios de provocadores” o “antisistemas”, que según ellos restan credibilidad a las demandas de los manifestantes, ya que mantuvieron durante las protestas una actitud de enfrentamiento que se salía de los márgenes democráticos promovidos desde la organización.
Lo cierto es que el hecho de que miles de personas salgan a la calle a demandar que “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” es bastante positivo. Sin embargo, existen una serie de cuestiones que ensombrecen la honestidad de estas movilizaciones, sobre todo de cara a los movimientos sociales ya constituidos y con presencia en las calles desde hace tiempo.
Las declaraciones de intenciones de la plataforma “democracia real ya” son muy generales y un poco ambiguas. Pudiera ser que esto se debiese a una voluntad de aglutinar a cuanta más gente mejor en torno a un modelo de protesta supuestamente original, y alejado de los cauces más clásicos empleados por organizaciones y colectivos sociales, políticos o sindicales. De hecho, una de las cuestiones más defendidas por parte de la plataforma era la desvinculación con cualquier partido o sindicato, supuestamente, por considerar que desde éstos no se nos dan soluciones a la mala situación que vivimos. Sin embargo, desde la propia plataforma, las soluciones que se proponen no dejan de ser “demandas a los políticos”, y en ningún momento cuestionan el sistema parlamentario o el propio capitalismo, al menos no en un sentido concreto, más allá de meros lemas como el que abandera a la plataforma.
De hecho, todo el tinglado se ha montado en torno a la estrategia de salir a la calle, pero ¿a qué? De momento simplemente a pedir que la democracia sea más democracia, a los políticos que sean honestos, y a los banqueros que no sean los dueños de nuestras vidas. Pero ¿es eso posible sin cuestionar la misma esencia del sistema parlamentario, sin cuestionar la mera existencia de políticos o banqueros? En nuestra opinión, no lo es.
Parece que el objetivo de salir a la calle no es otro, a fin de cuentas, que salir en los medios de comunicación. Es llamar la atención para que se tengan en cuenta esas demandas que se quedan muy cojas, usando para ello los medios de los políticos y banqueros. Demasiado ingenuo, demasiado contradictorio. ¿O quizás no?.
El marcado carácter pacífico de las movilizaciones, las propuesta “light”, clarísimamente reformistas e insuficientes, la proximidad de unas elecciones en las que una vez más se pronostica un alto grado de abstención, la complicidad por parte del propio sistema con políticos, sindicatos, empresarios y medios alabando las “honestas protestas de ciudadanos jóvenes sin futuro”... Todo ello es tremendamente sospechoso. Más aún cuando, a la vez que ocurre esto, se realiza una amplia campaña en contra de la abstención, se criminalizan a los movimientos sociales tachándoles de “antisistema” y “violentos”.
Paralelamente a la campaña de “democracia real ya”, otras proclamas del tipo “no les votes” han cobrado importancia. En teoría, se trata de mostrar tu rechazo al sistema bipartidista votando a partidos minoritarios, pero en realidad, lo que se fomenta es el voto, sin más, ya que votes a quien votes, favoreces siempre al sistema parlamentario, del cual dos partidos son los que más se benefician. Y qué más da cuáles sean.
Curiosamente, se promociona el voto a partidos minoritarios, las protestas pacíficas y reformistas, el comportamiento cívico y la espontaneidad como una forma de luchar buena y honesta, es rebeldía “sana”. Y esto nos lo dicen los medios, los políticos e incluso los empresarios. Por el contrario, una lucha de base, en una organización revolucionaria, que busque el enfrentamiento y persiga un verdadero cambio social, eso, según ellos, es propio de “violentos antisistemas”.
No conocemos las intenciones que movieron a los fundadores de la plataforma a comenzar su campaña. Pero si desde luego de verdad querían dejar de ser mercancía en manos de políticos y banqueros, están consiguiendo lo contrario. Su política de ser “niños buenos” condena a la represión a todos aquellos que entendemos que el sistema no se cambia sino mediante el enfrentamiento con aquellos otros que defienden unos privilegios que a nosotros nos condenan a la miseria. Nosotros defendemos que el sistema parlamentario, a la vez que el capitalismo, no pueden ser más humanos, pues sus objetivos son controlar, explotar y enriquecerse.
Resulta demasiado sospechoso que siempre ante unas elecciones donde el clima social es de crispación, hagan acto de presencia determinados acontecimientos donde se disipa esa frustración. Ahí están las manifestaciones contra la guerra de Iraq, tremendamente manipuladas (¿dónde están hoy los millones de manifestantes para protestar contra la guerra en Libia?). También recordamos la permisividad para legalizar actos neonazis en barrios obreros y combativos, de tal manera que la “democracia” salía reforzada al manipular la resistencia antifascista tachándola de violencia antisistema. Parece ser que se da esa casualidad, y que curiosamente el único que gana con estas cuestiones es siempre el propio sistema.
Con esto no queremos decir que no haya que salir a la calle, que no haya que protestar contra las guerras. Lo que decimos es que hay que tener en cuenta que lo que vivimos no es una “mala gestión” de los políticos, o una demasiada permisividad con los banqueros. Lo que vivimos es una guerra social, en la que un bando, el de los trabajadores, parados, estudiantes, marginados, etc es continuamente aplastado y vapuleado por el enemigo. Y el enemigo son los políticos, los banqueros, los empresarios, los jueces y policías que los defienden, los militares que les hacen el trabajo sucio... Y como es una guerra, dentro de nuestras propias fronteras, no se le puede hacer frente sencillamente “saliendo a la calle” de una forma ordenada, cívica y obediente.
Si decimos que nuestras referencias son Grecia o África, aprendamos también que allí no se sale a la calle a “pedir” más democracia o un capitalismo más humano. Se sale a enfrentarse con el enemigo. Por tanto, aquí no podemos ir de “buenos chicos” frente a quien nos condena a la miseria, al paro, a la prisión o a la muerte en condiciones precarias en un centro de trabajo. Debemos ir a por ellos, y eso se hace desde la organización en torno a unos intereses comunes, y sin pretensiones reformistas ambiguas. Queremos cambiar el sistema, no reformarlo. Queremos acabar con la banca, pero no sólo eso, sino con la propiedad privada, con el dinero, con el Estado y con toda forma de autoridad que condene a la obediencia a uno sólo de nosotros. Lo queremos todo.
El discurso de que los “violentos antisistema” restan honestidad a la lucha es pura hipocresía. Desde los medios del Estado y el capital, sus periódicos, radios y televisiones, se nos bombardea con ese mensaje. Pero lo que los pretenden es acaparar para sí el monopolio de la violencia. Porque ellos sí la utilizan contra nosotros todos los días, reprimiendo manifestaciones, acosando militantes, maltratando detenidos, explotando en los centros de trabajo a cambio de una miseria, aprovechándose de la pobreza para obtener beneficio, bombardeando países para controlar recursos... Eso es violencia, eso es terrorismo. Y frente a eso, ¿nos vamos a manifestar pacíficamente, vamos a poner la otra mejilla? Desde luego nosotros no. Y cuando nos vengan con sus discursos morales criminalizando la violencia, les contestaremos que nosotros no hacemos otra cosa que defendernos de ellos, que son los que tienen armas y ejércitos.
Dentro de las movilizaciones, los “violentos antisistemas” no sólo no restan honestidad a la lucha, sino que aportan dignidad. La dignidad del esclavo que se rebela y se defiende con uñas y dientes. No sólo no son un problema para los demás manifestantes, sino que son un ejemplo.Si defenderse es violencia, todos somos violentos. Si querer una sociedad libre e igualitaria es ser antisistema, todos somos antisistemas.
Si salimos a la calle para expresar nuestra rabia, que se note. Que no venga la prensa ni la televisión, pero que todo el mundo se entere de nuestra protesta porque se oiga y se sienta. Que arda la banca, que ardan sus empresas, que las calles hablen. Que ardan el Estado y el capitalismo. Y que no nos de miedo decir no pararemos mientras no nos quede otra solución que defendernos.
Va siendo hora ya de que la gente salga a la calle, sí. Como en Grecia, como en África. Y va siendo hora también de que la gente se organice y se despierte, en el trabajo, en el barrio, en la plaza y en la casa. Y que cuando nos pregunten qué queremos digamos orden, pero sin autoridad. Trabajo, pero sin explotación. Casa, pero sin hipoteca. Ocio, pero sin ganancia. Convivencia, pero sin imposiciones.
Queremos una sociedad libre e igualitaria.¡Por la revolución social, anarquía total ya!
Desde los medios de comunicación se han cubierto las movilizaciones, y se ha insistido en el carácter cívico y pacífico de las mismas. También se ha criticado la actitud de “grupos minoritarios de provocadores” o “antisistemas”, que según ellos restan credibilidad a las demandas de los manifestantes, ya que mantuvieron durante las protestas una actitud de enfrentamiento que se salía de los márgenes democráticos promovidos desde la organización.
Lo cierto es que el hecho de que miles de personas salgan a la calle a demandar que “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” es bastante positivo. Sin embargo, existen una serie de cuestiones que ensombrecen la honestidad de estas movilizaciones, sobre todo de cara a los movimientos sociales ya constituidos y con presencia en las calles desde hace tiempo.
Las declaraciones de intenciones de la plataforma “democracia real ya” son muy generales y un poco ambiguas. Pudiera ser que esto se debiese a una voluntad de aglutinar a cuanta más gente mejor en torno a un modelo de protesta supuestamente original, y alejado de los cauces más clásicos empleados por organizaciones y colectivos sociales, políticos o sindicales. De hecho, una de las cuestiones más defendidas por parte de la plataforma era la desvinculación con cualquier partido o sindicato, supuestamente, por considerar que desde éstos no se nos dan soluciones a la mala situación que vivimos. Sin embargo, desde la propia plataforma, las soluciones que se proponen no dejan de ser “demandas a los políticos”, y en ningún momento cuestionan el sistema parlamentario o el propio capitalismo, al menos no en un sentido concreto, más allá de meros lemas como el que abandera a la plataforma.
De hecho, todo el tinglado se ha montado en torno a la estrategia de salir a la calle, pero ¿a qué? De momento simplemente a pedir que la democracia sea más democracia, a los políticos que sean honestos, y a los banqueros que no sean los dueños de nuestras vidas. Pero ¿es eso posible sin cuestionar la misma esencia del sistema parlamentario, sin cuestionar la mera existencia de políticos o banqueros? En nuestra opinión, no lo es.
Parece que el objetivo de salir a la calle no es otro, a fin de cuentas, que salir en los medios de comunicación. Es llamar la atención para que se tengan en cuenta esas demandas que se quedan muy cojas, usando para ello los medios de los políticos y banqueros. Demasiado ingenuo, demasiado contradictorio. ¿O quizás no?.
El marcado carácter pacífico de las movilizaciones, las propuesta “light”, clarísimamente reformistas e insuficientes, la proximidad de unas elecciones en las que una vez más se pronostica un alto grado de abstención, la complicidad por parte del propio sistema con políticos, sindicatos, empresarios y medios alabando las “honestas protestas de ciudadanos jóvenes sin futuro”... Todo ello es tremendamente sospechoso. Más aún cuando, a la vez que ocurre esto, se realiza una amplia campaña en contra de la abstención, se criminalizan a los movimientos sociales tachándoles de “antisistema” y “violentos”.
Paralelamente a la campaña de “democracia real ya”, otras proclamas del tipo “no les votes” han cobrado importancia. En teoría, se trata de mostrar tu rechazo al sistema bipartidista votando a partidos minoritarios, pero en realidad, lo que se fomenta es el voto, sin más, ya que votes a quien votes, favoreces siempre al sistema parlamentario, del cual dos partidos son los que más se benefician. Y qué más da cuáles sean.
Curiosamente, se promociona el voto a partidos minoritarios, las protestas pacíficas y reformistas, el comportamiento cívico y la espontaneidad como una forma de luchar buena y honesta, es rebeldía “sana”. Y esto nos lo dicen los medios, los políticos e incluso los empresarios. Por el contrario, una lucha de base, en una organización revolucionaria, que busque el enfrentamiento y persiga un verdadero cambio social, eso, según ellos, es propio de “violentos antisistemas”.
No conocemos las intenciones que movieron a los fundadores de la plataforma a comenzar su campaña. Pero si desde luego de verdad querían dejar de ser mercancía en manos de políticos y banqueros, están consiguiendo lo contrario. Su política de ser “niños buenos” condena a la represión a todos aquellos que entendemos que el sistema no se cambia sino mediante el enfrentamiento con aquellos otros que defienden unos privilegios que a nosotros nos condenan a la miseria. Nosotros defendemos que el sistema parlamentario, a la vez que el capitalismo, no pueden ser más humanos, pues sus objetivos son controlar, explotar y enriquecerse.
Resulta demasiado sospechoso que siempre ante unas elecciones donde el clima social es de crispación, hagan acto de presencia determinados acontecimientos donde se disipa esa frustración. Ahí están las manifestaciones contra la guerra de Iraq, tremendamente manipuladas (¿dónde están hoy los millones de manifestantes para protestar contra la guerra en Libia?). También recordamos la permisividad para legalizar actos neonazis en barrios obreros y combativos, de tal manera que la “democracia” salía reforzada al manipular la resistencia antifascista tachándola de violencia antisistema. Parece ser que se da esa casualidad, y que curiosamente el único que gana con estas cuestiones es siempre el propio sistema.
Con esto no queremos decir que no haya que salir a la calle, que no haya que protestar contra las guerras. Lo que decimos es que hay que tener en cuenta que lo que vivimos no es una “mala gestión” de los políticos, o una demasiada permisividad con los banqueros. Lo que vivimos es una guerra social, en la que un bando, el de los trabajadores, parados, estudiantes, marginados, etc es continuamente aplastado y vapuleado por el enemigo. Y el enemigo son los políticos, los banqueros, los empresarios, los jueces y policías que los defienden, los militares que les hacen el trabajo sucio... Y como es una guerra, dentro de nuestras propias fronteras, no se le puede hacer frente sencillamente “saliendo a la calle” de una forma ordenada, cívica y obediente.
Si decimos que nuestras referencias son Grecia o África, aprendamos también que allí no se sale a la calle a “pedir” más democracia o un capitalismo más humano. Se sale a enfrentarse con el enemigo. Por tanto, aquí no podemos ir de “buenos chicos” frente a quien nos condena a la miseria, al paro, a la prisión o a la muerte en condiciones precarias en un centro de trabajo. Debemos ir a por ellos, y eso se hace desde la organización en torno a unos intereses comunes, y sin pretensiones reformistas ambiguas. Queremos cambiar el sistema, no reformarlo. Queremos acabar con la banca, pero no sólo eso, sino con la propiedad privada, con el dinero, con el Estado y con toda forma de autoridad que condene a la obediencia a uno sólo de nosotros. Lo queremos todo.
El discurso de que los “violentos antisistema” restan honestidad a la lucha es pura hipocresía. Desde los medios del Estado y el capital, sus periódicos, radios y televisiones, se nos bombardea con ese mensaje. Pero lo que los pretenden es acaparar para sí el monopolio de la violencia. Porque ellos sí la utilizan contra nosotros todos los días, reprimiendo manifestaciones, acosando militantes, maltratando detenidos, explotando en los centros de trabajo a cambio de una miseria, aprovechándose de la pobreza para obtener beneficio, bombardeando países para controlar recursos... Eso es violencia, eso es terrorismo. Y frente a eso, ¿nos vamos a manifestar pacíficamente, vamos a poner la otra mejilla? Desde luego nosotros no. Y cuando nos vengan con sus discursos morales criminalizando la violencia, les contestaremos que nosotros no hacemos otra cosa que defendernos de ellos, que son los que tienen armas y ejércitos.
Dentro de las movilizaciones, los “violentos antisistemas” no sólo no restan honestidad a la lucha, sino que aportan dignidad. La dignidad del esclavo que se rebela y se defiende con uñas y dientes. No sólo no son un problema para los demás manifestantes, sino que son un ejemplo.Si defenderse es violencia, todos somos violentos. Si querer una sociedad libre e igualitaria es ser antisistema, todos somos antisistemas.
Si salimos a la calle para expresar nuestra rabia, que se note. Que no venga la prensa ni la televisión, pero que todo el mundo se entere de nuestra protesta porque se oiga y se sienta. Que arda la banca, que ardan sus empresas, que las calles hablen. Que ardan el Estado y el capitalismo. Y que no nos de miedo decir no pararemos mientras no nos quede otra solución que defendernos.
Va siendo hora ya de que la gente salga a la calle, sí. Como en Grecia, como en África. Y va siendo hora también de que la gente se organice y se despierte, en el trabajo, en el barrio, en la plaza y en la casa. Y que cuando nos pregunten qué queremos digamos orden, pero sin autoridad. Trabajo, pero sin explotación. Casa, pero sin hipoteca. Ocio, pero sin ganancia. Convivencia, pero sin imposiciones.
Queremos una sociedad libre e igualitaria.¡Por la revolución social, anarquía total ya!
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