Ya
han pasado 200 años desde que nació Mijaíl Bakunin, y aunque podrían
parecer muchos en la época en la que todo cambia a velocidad
vertiginosa, la realidad es que las cosas no han cambiado tanto y las
bases de lo que vivimos hoy ya estaban más que asentadas en la época que
vivió Bakunin.
Bakunin es, sin lugar a dudas, una de las figuras del anarquismo más
conocidas y posiblemente sobre el que más se haya hablado o escrito. Así
pues, ¿por qué volver nuevamente a retomar su figura y su pensamiento?
Son muchas las razones que podríamos dar. Pero no, no vamos a esbozar
ninguna, vamos simplemente a utilizarle (sabemos que se prestará
encantado) para profundizar en el desarrollo del anarquismo, en una
parte muy destacada de su base filosófica.
Previamente, hemos de ser conscientes de que el anarquismo está
presente desde el origen de la humanidad y, por supuesto, anterior a
ésta, en la naturaleza. Que los principios de solidaridad y apoyo mutuo
constituyen un factor fundamental en el desarrollo del mundo tal cual lo
conocemos (a pesar de la negación y olvido constantes a que ha sido y
es sometido).
Os invitamos a, con la ayuda de Bakunin, volver a empuñar con más
fuerza que nunca las valiosas herramientas que nos proporcionamos en el
anarquismo para transformar nuestra realidad.
¿Quién fue Bakunin?
Lejos de nuestra intención describir los episodios que constituyen la
vida de Bakunin que, por otra parte, ya ha sido llevado a cabo en otro
artículo de este mismo periódico. Sólo mencionar algunos que nos
ayudarán en nuestro desarrollo posterior.
Bakunin fue un hombre de acción, participando en todo tipo de
actividades de agitación, propaganda y demolición de los sistemas
basados en el autoritarismo de cualquier tipo y condición, sin importar
momento y lugar: Dresde, París, Praga, Napolés, Ginebra son algunas de
las ciudades donde estuvo participando activamente en una lucha continua
por la libertad, no en su concepción abstracta e ideal sino en su
concepción individual, terrenal y presente. De hecho, nadie mejor que él
encarna su propia visión de la naturaleza y por ende del ser humano:
eterna transformación, cambio incesante.
Esta frenética actividad, continua y constante unida a sus años en
prisión (1849-1857) y posterior exilio (hasta su fuga en 1861)
probablemente habría dejado poco tiempo a Bakunin para plasmar sus ideas
en forma de largos textos donde sentar las bases de su pensamiento.
Podemos considerar la hipótesis, conociendo los escritos que nos han
llegado y sus ideas que, muy posiblemente, ni siquiera fuera su
intención llevar a cabo tal propósito, pero aunque no fuera así,
utilizaremos palabras del propio Bakunin que sirven para ilustrar su
concepción al respecto:
“Y en el hombre de genio mismo, la invención, la concepción sublime o el acto heroico no se producen espontáneamente; son siempre el producto de una larga preparación interior, que a medida que se desarrolla no deja nunca de manifestarse de una manera o de otra”.
“Yo creo haber dicho bastante para demostrar que en el hombre no hay ser íntimo que no esté completamente manifestado en la suma total de sus relaciones exteriores o de sus actos en el mundo exterior”.
Es decir, no hay un acto o una creación suprema, un legado concreto,
todas las cosas que hacemos influyen en nuestro entorno y somos el
resultado colectivo del pasado y el presente en eterna evolución.
Una breve mención al contexto histórico y social nos ayuda a entender
mejor el momento: desde el Renacimiento y la Reforma la burguesía había
tomado la iniciativa para derrocar el poder político, ejercido por la
nobleza y la Iglesia. Librepensadores, reformadores religiosos… habían
ido lentamente sentando las bases del cambio: “Había proclamado la
decadencia de la realeza y de la Iglesia, la fraternidad de los pueblos,
los derechos del hombre y del ciudadano”. La razón, especialmente desde
la Revolución francesa, se había convertido en la base sobre la que
reorganizar Estado y sociedad.
Pero para la revolución definitiva (en sus diferentes episodios) la
burguesía tenía que contar con el pueblo. Y tras su triunfo se inició el
proceso para restablecer el orden, valiéndose de los clásicos medios
que había utilizado el poder para someter al pueblo: la fuerza o
represión física y la represión moral, los viejos hábitos tomaron nuevas
formas para hacer el engaño más sutil y se fueron gestando términos
como monarquía constitucional, democracia parlamentaria… sin duda nos
resultan familiares ¿verdad?
Pero no nos adelantemos, volvamos nuevamente a Bakunin, apenas es un
joven de 15 años procedente de la nobleza, con buena posición, que acaba
de ingresar en el ejército. Destinado posteriormente a Polonia, el
horror causado por el ejército ruso en la población polaca impresionó al
joven, que abandonó el ejército y reafirmó lo que sería una de las
máximas durante su vida, el desprecio al autoritarismo, avanzando los
años se convertiría en el desprecio al poder en todas sus
manifestaciones.
Al poco tiempo Bakunin comienza a estudiar filosofía mostrando un
gran interés, tanto que a la edad de veintiséis años se traslada a
Alemania para prepararse para una cátedra de filosofía o historia. No
sería posible obviar que Bakunin “se sumergió” en la filosofía de Hegel,
el filósofo alemán había muerto sólo nueve años antes de que Bakunin
llegará a Alemania y su influencia, no sólo en Alemania sino también en
otros países europeos incluida Rusia, era enorme.
Indudablemente Bakunin estudió e interpretó a este destacado
idealista, al igual que otros autores del momento, como también estaba
al tanto del materialismo dialéctico (derivado de aquel), el positivismo
y otras corrientes filosóficas que confluyeron en esa época.
Sí, posiblemente encontraríamos conexiones con muchos otros
pensadores tanto anteriores como contemporáneos a Bakunin: él mismo
menciona en sus escritos a Platón, Aristóteles, Kant, podríamos señalar
también a los empiristas ingleses… Pero, tal y como pretendemos mostrar,
dándoles un desarrollo propio que conduce, de manera totalmente lógica y
consecuente, a la revolución social a través de la libertad del
individuo, desde luego una meta mucho más ambiciosa y para nosotros más
liberadora y realizable que la justificación o existencia del orden
establecido, que eran lo que las otras corrientes o razonamientos han
llevado a cabo, con más o menos intención.
Bakunin fue analizando los instrumentos y razonamientos que brindaban
todas esas teorías unido al desarrollo lógico de lo cognoscible hasta
sus últimas consecuencias desembocando de manera natural en la
demolición del orden establecido, en un apasionado combate cuerpo a
cuerpo con cada una de sus manifestaciones, que nos aprisionan en
nuestro desarrollo vital.
Naturaleza y ser humano
Para comenzar a desentrañar sus ideas podemos comenzar por su visión
de la naturaleza, del mundo. Obviamente va íntimamente ligada a sus
ideas sobre la humanidad, la sociedad en un todo integral e indisoluble.
Así podemos leer su definición de naturaleza:
“Naturaleza es la suma de las transformaciones reales de las cosas que se producen y que se producirán incesantemente en su seno”.
“La unidad real del universo (…) eterna transformación, un movimiento infinitamente detallado, ordenado en sí pero sin comienzo, ni límite, ni fin (lo contrario absoluto de la providencia, la negación de Dios)”.
¿Qué necesidad tendría, pues, el ser humano de emanciparse de la
naturaleza? ¿Y de dominarla? Ciertamente ninguna, pues forma parte de
ella y ninguna posibilidad de conseguirlo por la misma razón. Lo que sí
puede es modificar “el mundo exterior, material y social” que le rodea
hacia la libertad que “es la independencia frente a pretensiones y actos
despóticos de los hombres; es la ciencia, el trabajo, la revuelta
política, es, en fin, la organización, a la vez reflexiva y libre, del
medio social, conforme a las leyes naturales inherentes a toda humana
sociedad”.
La naturaleza no sólo no le resta libertad al individuo sino que una
vez que se reconoce a sí mismo como ser natural le ayuda a conseguirla.
Como parte integrante de la naturaleza, el ser humano presenta unas
características más o menos propias: capacidad de abstracción y
análisis, englobadas ambas dentro del concepto de “inteligencia” y
capacidad de tomar partido denominada “voluntad”. Ninguna de las dos son
independientes del mundo material, sino su producto y también su
origen… en ese encadenamiento y transformación continua, lo cual nos
lleva a otra interesante idea: no existen las ideas espontáneas como
tampoco existen los actos espontáneos de la voluntad, el libre arbitrio y
la responsabilidad en el sentido teológico, metafísico o jurídico de la
palabra. Así Bakunin da un mazazo definitivo a la moral:
“Se dirá aún que al atacar el principio de la responsabilidad humana, destruyó el fundamento principal de la dignidad humana. Sería perfectamente justo si esa dignidad consistiese en la ejecución de proezas sobrehumanas, imposibles, y no en el pleno desenvolvimiento teórico y práctico de todas nuestras facultades […]. La dignidad humana y la libertad individual, tales como las conciben los teólogos, los metafísicos y los jurisconsultos, dignidad y libertad fundadas en la negación en apariencia tan altiva de la naturaleza y de toda dependencia natural, nos lleva lógica y directamente al establecimiento de un despotismo divino, padre de todos los despotismos humanos; la ficción teológica, metafísica y jurídica de la humana dignidad y de la humana libertad tiene por consecuencia fatal la esclavitud y el rebajamiento reales de los hombres en la tierra”.
Bakunin no estaba interesado en la construcción de un sistema
filosófico complejo en el que los conceptos y su desenvolvimiento
acabaran tomando mayor cuerpo e importancia que la propia finalidad y
nos alejaran de la realidad material, tangible; la verdadera realidad
más o menos trastocada por nuestras capacidades naturales de percepción
pero latente, existente, en continuo cambio.
Para Bakunin la finalidad de la persona es su pleno desarrollo
individual. Así es en su cotidianeidad, en su círculo exterior próximo,
social e interior donde el ser humano es capaz, puede y debe conquistar
su libertad en un acto de emancipación racional emanado de su propia
corporeidad y capacidad. Se cuestiona así el statu quo y surge la lucha
de clases.
Analiza cuáles son los impedimentos actuales a esa emancipación, a la
realización completa del ser humano individual y cómo se han ido
gestando hasta el momento actual.
Sobre Escila (o la religión)
Sin duda encuentra en la religión un formidable obstáculo, contra el
que Bakunin argumentó enconadamente, consciente de cuántos siglos y
cuánto esfuerzo se había puesto en su construcción y de cómo sus
influencias se extendían mucho más allá.
“Que no parezca mal a los metafísicos y a los idealista religiosos, filósofos, políticos o poetas: la idea de dios implica la abdicación de la razón humana y de la justicia humana; es la negación más decisiva de la libertad humana y lleva necesariamente a la esclavitud de los hombres, tanto en la teoría como en la práctica”.
“Como celoso amante de la libertad humana y considerándola como la condición absoluta de todo lo que adoramos y respetamos en la humanidad, doy vuelta a la frase de Voltaire y digo: ‘Si dios existe realmente, habría que hacerlo desaparecer’”.
Desenmascaramiento del mundo de las ideas (que engloba religión,
teología y metafísica: para Bakunin la metafísica no es otra cosa que
psicología), ya que no es más que una evolución creciente de la
abstracción elaborada por la mente humana colectiva, partiendo de los
fenómenos observables y naturales, hasta despojarlos completamente de
cualquier vestigio material (real). Este mundo paralelo no constituye
una base filosófica necesaria e inherente a la condición humana.
Bakunin era consciente de que para destruir la idea debe analizar
cómo se ha gestado, estudia su generación y desarrollo hasta apropiarse
de la realidad.
“Todas las religiones, con sus dioses, sus semidioses y sus profetas, sus mesías y sus santos, han sido creadas por la fantasía crédula de los hombres, no llegados al pleno desenvolvimiento y a la plena posesión de sus facultades intelectuales; en consecuencia de lo cual, el cielo religioso no es otra cosa que un milagro donde el hombre, exaltado por la ignorancia y la fe, vuelve a encontrar su propia imagen pero agrandada y trastocada, es decir, divinizada. La historia de las religiones, la del nacimiento de la grandeza y de la decadencia de los dioses que se sucedieron en la creencia humana, no es nada más que el desenvolvimiento de la inteligencia y de la conciencia colectiva de los hombres. A medida que, en su marcha históricamente progresiva descubrían, sea en sí mismos, sea en la naturaleza exterior una fuerza, una cualidad o un gran defecto cualquiera, lo atribuían a sus dioses, después de haberlos exagerado, ampliado desmedidamente como lo hacen de ordinario los niños por un acto de su fantasía religiosa. Gracias a esa modestia y a esa piadosa generosidad de los hombres creyentes y crédulos, el cielo se ha enriquecido con los despojos de la tierra y, por una consecuencia necesaria, cuanto más rico se volvía el cielo, más miserable se volvía la tierra. Una vez instalada la divinidad fue proclamada naturalmente la causa, la razón, el árbitro y el dispensador absoluto de todas las cosas: el mundo no fue ya nada, la divinidad lo fue todo; y el hombre, su verdadero creador, después de haberla sacado de la nada sin darse cuenta, se arrodilló ante ella, la adoró y se proclamó su criatura y su esclavo”.
Si analizamos el caso concreto del “mundo occidental” tenemos una
combinación de varios elementos que desembocan en el cristianismo: “Por
consiguiente, el egoísmo personal y grosero de Jehová, la dominación no
menos brutal y grosera de los romanos y la ideal especulación metafísica
de los griegos, materializada por el contacto del oriente, tales fueron
los tres elementos históricos que constituyeron la religión
espiritualista de los cristianos”.
Desde luego la conclusión de Bakunin sobre el cristianismo es demoledora:
“En efecto, era preciso un profundo descontento de la vida, una gran sed del corazón y una pobreza poco menos que absoluta de espíritu para aceptar el absurdo cristiano, el más atrevido y monstruoso de todos los absurdos religiosos”.
Más interesante aún que la generación son las consecuencias, fatales,
ya que sobre este armazón sólo puede construirse una moral castradora
del ser humano pero muy adecuada para sustentar el orden establecido.
El idealismo en práctica: Caribdis
En el sistema idealista el individuo existe anteriormente como ser
inmortal y libre, alma, por lo tanto no necesita de la sociedad para
realizarse, para ser libre. Su parte mortal es la que es dependiente del
exterior, por ello debe asociarse a otros seres humanos únicamente
debido a las necesidades de su cuerpo. Así es como se configura la vida
en sociedad como un sacrificio del alma (libre e inmortal) debido a las
imperfecciones del cuerpo. En una renuncia, cuanto menos, parcial a su
libertad, una sumisión del ser interior al cuerpo exterior material.
Es así como comienza el tortuoso camino hacia el sometimiento humano:
“El individuo que goza de una libertad completa en el estado natural, es decir, antes de que se haya hecho miembro de ninguna sociedad, sacrifica cuando entra en esta última, una parte de esa libertad, a fin de que la sociedad le garantice todo lo demás. A quien demanda la explicación de esa frase se le responde ordinariamente con otra: ‘La libertad de cada individuo no debe tener otros límites que la de todos los demás individuos’.
En apariencia nada más justo, ¿no es cierto? y, sin embargo, esa frase contiene en germen toda la teoría del despotismo”.
Cuál es finalmente la progresión en la que desemboca esta concepción
de lo humano si lo aplicamos al entorno social: el fomento de la
individualidad y la negación de la moral; en resumen, el materialismo
más brutal: la explotación, el nacimiento del capitalismo que ahora
sufrimos en todo su desarrollo.
Ya que si no necesito de la sociedad más que para cubrir mis
necesidades materiales, ni me realizo ni soy más libre en sociedad. Por
tanto, sólo voy a establecer ese tipo de relaciones con el resto de la
humanidad, sólo establezco relaciones económicas en las que intento
cubrir mis necesidades materiales de la mejor forma posible, sin
importarme nada más. Lo que convierte a cada individuo en explotador.
Así la humanidad entera es explotadora, una parte de hecho y la gran
mayoría en teoría, pero que en la práctica sufre dicha explotación.
Convirtiendo a la sociedad en una guerra en la que una minoría vive a
costa del resto.
Aparece así el otro el otro obstáculo formidable para la emancipación
humana: El Estado o Gobierno, condición indispensable y garante para
que exista y se mantenga la explotación.
¿Cómo puede conseguirse la libertad individual?
El materialismo, por el contrario, aboga por la realización de la
persona en sociedad. La sociedad deja de ser una limitación para pasar a
ser una necesidad para el ser natural y material que es el ser humano.
Esta es la teoría que defiende Bakunin, el materialismo teórico que se
convierte en el idealismo práctico en manos de las masas oprimidas.
La libertad real, tangible, realmente liberadora sólo es posible en sociedad y a través de la libertad colectiva.
“No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad”.
Sí es cierto, al igual que hemos pensado alguna vez (o más de una),
Bakunin constata la desoladora lentitud con que se lleva a cabo el
cambio social debido a la mutilación de la capacidad de rebelión:
“La inmensa mayoría de los individuos humanos, no solamente entre las masas ignorantes sino también en las clases privilegiadas, no quieren y no piensan más que lo que todo el mundo quiere y piensa a su alrededor; creen sin duda querer y pensar por sí mismos, pero no hacen más que reproducir servilmente, rutinariamente, con modificaciones por completo imperceptibles y nulas, los pensamientos y las voluntades ajenas. Ese servilismo, esa rutina, fuentes inagotables de la trivialidad, esa ausencia de rebelión en la voluntad de iniciativa, en el pensamiento de los individuos son las causas principales de la lentitud desoladora del desenvolvimiento histórico de la humanidad”.
A pesar de todo, la humanidad es capaz de emanciparse, ser libre
¿cómo? Utilizando dos de las facultades que la caracterizan: el
pensamiento y la necesidad de rebelarse no contra la naturaleza, lo cual
sería una pérdida de tiempo, como ya hemos comentado, sino contra su
entorno social.
No por casualidad ambas facultades fueron mitificadas en el Génesis
(y anteriormente en otras culturas), eso sí, atribuyéndoles
connotaciones negativas, a través del acto de desobediencia que supone
probar el fruto del árbol de la ciencia.
Así la ciencia contribuye decisivamente al beneficio de la humanidad,
pero Bakunin nos advierte de lo peligroso que sería la suplantación de
la élite religiosa por la élite científica. La ciencia es indispensable
para el ser humano pero incapaz de considerar la individualidad y darle
la importancia que tiene, su intromisión en la sociedad sería nefasta.
Como cualquier otro grupo, su constitución como grupo de poder nos
dejaría en el mismo punto en el que nos encontramos.
“Lo que predico es, pues, hasta cierto punto, la rebelión de la vida contra al ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia –eso sería un crimen de lesa humanidad-, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él. Hasta el presente toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos a una abstracción despiadada cualquiera: dios, patria, poderes del Estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público”.
Aquí se establece la diferencia fundamental con el materialismo
desarrollado por Marx y su evolución posterior: para Bakunin no sólo no
es necesario ni indispensable la existencia de una élite que dirija al
pueblo hacia su emancipación sino que es fatal. Con una clarividencia
asombrosa, debido a la utilización de la lógica más inexorable, nos
lleva hasta una de las máximas anarquistas, la necesidad de la
adecuación de los medios a los fines: no es posible conseguir la
libertad ni colectiva ni individual, la revolución social ni la
emancipación del proletariado a través del poder, por muy buenas
intenciones e ideas que sostenga la élite que ostenta el poder y sólidas
que sean sus bases.
Las divergencias entre Marx y Bakunin son un tema ampliamente
conocido sobre el que no consideramos preciso extendernos demasiado. A
pesar de la falsas y reiteradas acusaciones de ser un agente al servicio
del zar que culminaron con la expulsión de Bakunin de la Internacional
en el Congreso de La Haya en 1872, éste nunca dejó de reconocer la
grandeza de Marx.
También queremos destacar la importancia vital que en ese cambio
social, Bakunin confiere a la educación. Para Bakunin la enseñanza debe
extenderse a la humanidad entera pero buscando la emancipación, no el
sometimiento, destruyendo la idea de dios, la piedad y la obediencia
para construir una educación basada en la razón, la ciencia, la dignidad
y el respeto humanos.
Entonces ¿quién es Bakunin?
Para terminar nos gustaría volver a retomar el concepto inicial de
Bakunin, que ya hemos tratado, el de la transformación como necesidad,
como fuerza vital:
“Todas las cosas actualmente existentes, incluso los mundos conocidos y desconocidos, con todo lo que ha podido desarrollarse en su seno, son los productos de la acción mutua y solidaria de una cantidad infinita de otras cosas, de las cuales una parte, infinitamente numerosas, sin duda, no existe bajo sus formas primitivas, pues sus elementos se han combinado en cosas nuevas”.
El ser humano no es ajeno ni a la definición de universo, ni a la de
cosa, lo que traducido al colectivo humano significa que “las
concepciones geniales, lo mismo que esos grandes actos heroicos que por
momentos abren una nueva dirección en la vida de los pueblos, no nacen
espontáneamente ni en el hombre de genio ni en el ambiente social que le
rodea, que le alimenta, que le inspira, sea positivamente, sea de una
manera negativa. Lo que el hombre de genio inventa o hace se encuentra
ya desde hace largo tiempo en estado de elementos que se desarrollan y
que tienden a concentrarse y a formarse más y más, en esta sociedad
misma a la cual lleva, sea su invención, sea su acto”.
Ahora ya podemos contestar a la pregunta de ¿quién es Bakunin? En su
inicio fue consecuencia pero ahora ha pasado a ser origen y causa de
nuestra emancipación, parte de la transformación hacia nuestra
realización como seres humanos.
Cristina Ballesteros
Publicado en el número 313 del periódico anarquista Tierra y libertad (agosto de 2014)
Fuente: http://acracia.org/Acracia/Bakunin._Cuando_las_ideas_son_la_practica.html