El lunes 8 de septiembre, un artefacto explosivo detonó en un local de comida rápida, sobre la estación Escuela Militar del metro de Santiago.
Los presuntos implicados habrían descendido de un automóvil, e instalado el artefacto en un basurero, provocando que las esquirlas hirieran a muchas personas. Rápidamente la noticia voló por Internet y los medios
masivos oficiales hicieron un virulento festín con la acción, haciendo gala de su ?objetividad?, ?neutralidad? y ?pluralismo democrático?, apuntando a los anarquistas y hablando a destajo de ?acciones terroristas?. Desde el Estado, la presidenta Ba(chan)chellet invocaba la
Ley Antiterrorista y su ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo,
imploraba a los parlamentarios y a la ciudadanía que se ?actualizara?
dicha ley con el fin de que no se cometieran errores en las detenciones
(como ocurrió con el fra-Caso Bombas). La idea era que la ley fuese
implacable, logrando dar con los ?culpables? de la instalación de la
bomba.
Hasta aquí, los hechos son conocidos por todos, sin embargo nadie se ha
detenido un segundo a analizar tal situación, ni su contexto, ni su
?historia?. Todos, tanto políticos como algunos sectores
de ?honrados?,
dormidos y alienados ciudadanos han repetido el discurso oficial: ?hay que
dar con el paradero de quien sea, ponerlo en TV, invocar la Ley
Antiterrorista, sacrificarlo por no respetar ni a dios, ni a la moral, ni
la vida humana, ni la vida del basurero ni la del local destruido (?)?
Para entender esta situación hay que remontarse al combativo 2011, donde
las protestas estudiantiles y un amplio movimiento social ocuparon las
calles, hizo frente a la represión y con la violencia enfrentó a la
violencia cotidiana del sistema -y de la policía democrática, claro-.
¿Acaso no fue así? La violencia de los encapuchados, al igual que los
bombazos tuvieron un objetivo claro: la gran propiedad del capital y del
Estado.
En muy pocas ocasiones, el ?desborde? violento atacó a la gente común. Y
cuando ocurrió, fue recurrente la participación de infiltrados policías
que ?solo hacían su trabajo? (ni que fuéramos güeones), con el fin de
suplantar las acciones, y dirigir la mirada ?ciudadana? hacia los ataques,
más que, a los objetivos del movimiento.
En ese combativo 2011, la protesta violenta como los bombazos le dolieron
en los bolsillos a los empresarios y al Estado, quienes recurrentemente
intentaron mostrarlos como ?ajenos? a las demandas, a los movimientos
sociales y a la disidencia al sistema. Quisieron mostrarlos como
criminales y delincuentes, no como los honrados empresarios y políticos
que nunca se han cagado a nadie (chaaaaaaaaaaa!).
En ese entonces, el gobierno -dirigido justamente por un empresario-,
recogió los reclamos del empresariado, que estaba muy preocupado porque la
muchedumbre le tocaba ?su? propiedad, y saqueaba AFP?s, supermercados,
bancos, empresas telefónicas, farmacias y quemaba La Polar, la misma
empresa que repactaba sin preguntar a la gente, para seguir lucrando feliz
en el paraíso del libre mercado que es $hilito S.A.
El sacrilegio que cometieron los encapuchados y quienes instalaron bombas,
consistía en atreverse a tocar la propiedad de los ricos, y -por supuesto-
en pasarse por el culo sus normas y leyes y, con dignidad, responder a
tanta violencia cotidiana ¿o acaso no es violento la micro y el metro
llenos? ¿La salud como el pico? ¿La educación de lucro dirigida por el
capital? ¿los bajos sueldos? ¿El despido por ?razones de la empresa?? ¿las
alzas? ¿La ?política de los acuerdos?, sin la gente? ¿Los periféricos
subsidios habitacionales? ¿El hecho que todo tenga que pagarse cuando
todos lo producimos nosotrxs mismxs?. Uf, creo que podríamos seguir. Todo
eso, significó que algunas y algunos se atrevieran a responderle a quienes
nos dominan y mantienen en esta democrática esclavitud moderna.
Desde el poder, el Ministro del Interior de ese entonces, Rodrigo
Hinzpeter, intentó acabar con la protesta violenta, y para eso persiguió a
los nuevos y viejos rebeldes. Durante las noches, fue casa por casa?
perdón!, ?Okupa por Okupa?? realizando violentos desalojos policiales,
mientras todos los ciudadanos estaban en sus casas, alienados por la tele,
riéndose con la noticia tierna del perrito del youtube al final de las
noticias. Mientras nadie miraba, el ministro mandaba a la policía para que
secuestrara gente asociada al mundo que no le compra el cuento a este
circo gubernamental, para culparlos de instalar explosivos. Su lamebotas,
el jalero fiscal Alejandro Peña, se encargaba de engrasar el montaje,
inventando pruebas que caían en el ridículo (como una polera negra o un
libro anarquista) mientras que iba aplicando la Ley Antiterrorista ?a
quienes resulten responsables?.
Hacia finales del año, y ante la inmensa protesta social, el mismo
ministro dirigía su mira-da policial hacia los encapuchados, a quienes
señalaba como ?ajenos? a la protesta (porque en la cabeza de los
poderosos, una protesta solo puede ser pacífica y no debe güeviar ni
molestar a nadie, realmente). Ante los encapuchados y los estudiantes que
se tomaban sus colegios y universidades, Hinzpeter propuso una nueva ley,
que fortalecía el resguardo del orden público[1], conocida popularmente
como ?Ley Hinzpeter?. En ella llamaba a defender la sacrosanta y divina
propiedad privada, del saqueo, de la Toma y del ataque incendiario; a su
vez, protegía al policía, al cual no se le podía tocar ni un pelo ni
responderle con groserías, pues son la autoridad y ?solo hacen su trabajo?
(otra vez el argumentito agüeonaíto ese), además, las penas se agravaban
si el manifestante estaba encapuchado o llevaba una molotov en su mochila.
El proyecto de ley no fructificó, principalmente por la resistencia de la
población. Las protestas se hicieron presentes, y mucha gente solidarizó
con los encapuchados y los estudiantes en toma. Para todos ellos, la ley
iba en contra de la protesta social, y era contrario a los derechos más
básicos de un gobernado, entre ellos, el derecho a liberarse de quien te
oprime.
La concertación, que ahora se llama Nueva Mayoría, quiso ponerse delante
de la resistencia a la Ley, y desde el senado intentaba sacarse la fotito
con el puño sesentero en alto repudiando al policial ministro, pues ?hay
que ganarse la confianza de la gente?. A ver si así, nos eligen de nuevo?.
Desde el mercado, las pocas familias más ricas de este país veían con
espanto la resistencia social, y llamaron a sus oficinas a nuestros
democráticos gobernantes. A puertas cerradas retaron a Piñera y a
Hinzpeter, no podía ser que en tan poco tiempo perdieran la legitimidad
que con mucho esfuerzo y represión había adquirido esta ?democaca?. Para
los empresarios (verdaderos dioses de $hilito), la culpa de tal estado de
ingobernabilidad era del gobierno de turno, que no había cumplido con
mantener invisible la dominación. Para ese puñado de ricos, daba lo mismo
si el gobierno era de derecha o izquierda, lo importante era que
mantuviera la ritualidad del trabajo, las deudas y por sobre todo: sus
negocios.
En esto, Piñera no pudo mantener su proyecto, y Hinzpeter resultó tan
grosero con su persecución política que podía ser que los borregos
ciudadanos se dieran cuenta de que se los están cagando? y allí, la cosa
se ponía inestable para el poder de esas cinco familias.
Por lo tanto, cambiaron la estrategia. Pescaron un mínimo porcentaje de su
dinero y financiaron las candidaturas de la derecha y la Nueva Mayoría,
así, el que ganara aseguraría el reinado del dinero por más tiempo y
?perfeccionaría? la dominación para que nadie se diera cuenta. Como era de
prever, ganó la izquierda del capitalismo. La Nueva Mayoría entraba
rimbombante en el PALACIO de gobierno, con una literal cagada de votos.
Ahora estaba todo listo, la maternal Bachellet aseguraba venir a realizar
profundas reformas políticas y sociales que nada cambian realmente, pero
que sin lugar a dudas aseguran la violenta explotación cotidiana de la
mayoría que dice representar.
estúpidos, peleas entre honorables diputados,
burocráticos encuentros entre ellos mismos y acuerdos entre los mismos de
siempre. Al final, ni las mayorías parlamentarias sirvieron, pues ni se
han ocupado, como le dijeron a sus votantes.
Sin embargo, un nuevo Ministro del Interior ocupaba el asiento calientito
del saliente y grosero Hinzpeter: El Ministro Rodrigo Peñailillo. Quien
apenas llegó a su escritorio se dedicó a insistir en ?modernizar? la Ley
Antiterrorista a los nuevos tiempos. Sus argumentos eran que esta ya no
era eficiente, pues no lograba encanar a los rebeldes que ponían bombas,
ni a los encapuchados que le tocaban la propiedad a sus jefecitos o se
tomaban sus colegios cuando las cosas no cambiaban.
Sin embargo, esta vez había que hacer las cosas bien. No vaya a ser que la
gente sospeche que le están metiendo el pico en el ojo de nuevo, entonces
la cosa se hizo sencilla: los asesores de Peñailillo, financiados por las
cinco familias que reinan $hilito S.A., primero le enseñaron a hablar.
?Señor Peñailillo, no diga ?vamos a poner un candado a la puerta
giratoria?, ni tampoco diga ?aplicaremos todo el rigor de la ley?, eso no,
eso esta out y la gente ya no lo cree; mejor diga ?hay que modernizar la
ley antiterrorista?, ¡a todos nos gusta lo moderno Ministro! Además, así
nadie notará que en el fondo se trata de apretar la represión, para que
absolutamente nadie cambie este democrático paraíso empresarial, ni le
toque la propiedad a nuestros amos?.
Sin embargo, Peñailillo sabía que había un problema. Los encapuchados y
quienes instalaron bombas no eran tontos, y sus ataques nunca se
dirigieron a la gente común, ni a sus vecinos. Por lo mismo, Peñailillo
sabe que, cuando los antiautoritarios ponen bombas o los encapuchados
atacan la propiedad, despiertan algunas simpatías entre la población, pues
atacan la tienda que repacta deudas, la farmacia que lucra con la salud,
la AFP que roba a los abuelitos o el banco sin corazón que le roba a todo
el mundo. Bastante similar es el caso de quienes roban cajeros, a quienes
también se les ve con cierta simpatía, pues; en un país asquerosamente
capitalista como este, la desigualdad y la explotación es más violenta que
cualquier barricada o piedra que dé en el casco de un policía o de un
periodista servil al poder.
Peñailillo tiene un problema. La gente que ocupa la calle y se emputece en
serio no quiere Ley Antiterrorista, pues esta plantea que existe un
enemigo interno al que hay que exterminar para blindar la democracia de
cualquier intento de transformación en beneficio de los explotados y
gobernados. Por lo tanto, para el ministro ?buena onda? que es Peñailillo
la situación es simple: si no podemos romper esa tenue simpatía, hay que
falsificar su protesta, así los odiarán y podremos hacer que nuestra
pinochetista Ley Antiterrorista tenga un sabor democrático y ?moderno?.
¿Cómo romper esa tenue confianza? ¿Cómo destruir la imagen de los
encapuchados o los anarquistas? ¿Cómo desarmar al movimiento social? ¿Cómo
dividirlos? Al ministro se le ocurrió una gran idea: ?ya que estos tipos
no buscan el terror de la población y más bien dirigen sus ataques hacia
mis jefecitos, tendremos que fabricar nosotros los explosivos y sembrar el
terror entre la gente común, solo así apoyarán cualquier cosa, tal como lo
hizo Pinochet con la doctrina del Shock? si el enemigo interno no es
odiado por toda la población, nosotros nos encargaremos de que así sea?.
Y ¡Bum! Una Bomba en el Metro los Dominicos, sin comunicado adjudicado.
Bum! Otra en el metro Escuela Militar, con una forma diferente de atacar,
esta vez con heridos, y publicitados por todos los canales y diarios? y
Bum! En la Radio Bio Bio piden a los parlamentarios modernizar la Ley
Antiterrorista? y Bum! En el periódico el Mercurio llaman a la presidenta
a ponerse los pantalones contra estos terroristas? y Bum! En la tele
dijeron que es necesario perseguir a los terroristas porque lo pueden
matar a usted o a su vecino? y Bum! Ya nadie se interesa por la educación
gratis o las protestas contra las alzas del metro y transantiago? y Bum!
Nos quedamos sin memoria, e hicieron lo que quisieron aquellas cinco
familias dueñas de $hilito? y ahora, no había nadie que les respondiera en
los mismos términos que ellos nos tratan a nosotros.
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