Antes de comenzar este artículo
quisiera aclarar que no soy una persona religiosa (me considero atea).
Tampoco voto a partidos de derecha (ni a ningún otro) y no soy ni
“pro-vida” ni de quienes demonizan la masturbación, el erotismo y las
fantasías sexuales. Con esta aclaración pretendo dejar más o menos claro
mi perfil ideológico, y así nos evitamos juicios y comentarios que no
se ajustan a la realidad. Soy consciente de que el tema del que pretendo
hablar en estas líneas es “delicado” debido a la gran necesidad, por no
decir adicción, que muchas personas sienten por entrar a diario en
páginas como RedTube. Pero allá vamos.
Dani Curbelo (@Danmarcur)
Todas las personas aprendemos y adoptamos las conductas y roles que percibimos en nuestro entorno.
En la mayoría de los casos, los primeros referentes son nuestros
familiares, de quienes sentimos mayor o menos identificación desde
nuestra más temprana infancia. Estas afirmaciones se corresponden con
las teorías “ambientalistas” que autoras como la antropóloga Margaret
Mead defienden, en contraposición con las “biologicistas”.
En el entorno euroccidental, a lo largo de este último siglo, el gran emisor de información en este proceso educativo ha sido la televisión y, progresivamente, la publicidad.
Poco a poco, el simbolismo y la mensajería plasmada en carteles y
vallas plantadas en autopistas, filmada en Hollywood y emitida en la
“caja tonta” se convertía en moldes y patrones que generaciones asumían
sin rechistar. Y ya con la globalización que nos trajo Internet
ni te cuento: ya no teníamos que resignarnos a la programación de las
cadenas televisivas, podíamos buscar sin problemas lo que nos
apeteciera. Definitivamente, interiorizamos como “normal” y “aceptable” lo que vemos por cualquier pantalla.
Lamentablemente, muy pocos niñxs reciben una educación sexual
adecuada, abierta y no sexista. Incluso esas charlas que se dan por
muchos institutos son innegablemente coitocéntricas, obviando por completo el orgasmo clitoridiano y promulgando los roles activo/masculino y pasivo/femenino. Debido a esta pésima educación sexo-afectiva, la industria pornográfica se constituye como “magistra” (educadora) y guía en el desarrollo de nuestras sexualidades y sus prácticas.
No obstante, la pornografía refuerza los pilares del patriarcado en
tanto que reproduce a la máxima potencia los roles de género: Ella, explosiva, delgada, sin vello (o con el adecuado), joven, sumisa, todo lo acepta, no rechista, a disposición del activo, y objeto. Él, musculoso, atractivo, también joven, se le permite vello en algunas zonas, activo, dirige la situación, dueño.
Algunas personas dirán “También hay vídeos donde sale gente gorda, vieja y/o con diversidad funcional”.
Es cierto, pero también existe un gran matiz entre ver un vídeo u otro:
ver un vídeo estereotipado y comercial es algo habitual, que incluso
puedes comentar en un entorno amigable. “Y el tío puso a la rubia a veinte uñas y le dio bien duro hasta reventarla” (que más de una vez lo he oído decir en grupos de machotes), no es lo mismo que decir, por ejemplo, “Pues yo ayer vi un vídeo amateur en el que salía una mujer gorda transexual que se corría en la cara de un anciano”. En ese momento pasas a ser un ser degenerado, un amante del porno bizarro y sucio. No es lo más “aceptable”.
La pornografía no heterosexual tampoco se aleja de
estos parámetros normativos y patriarcales. Yo también aprendí mucho del
porno que consumí en mi adolescencia, y lo que siempre percibí fue una
extrema sumisión por parte de la persona sumisa, con la que me
identificaba por ser presentada como alguien joven, con una complexión
física menor y sin vello, hacia el activo, mucho más, por lo que se
entiende, masculino (vello, músculo y rudeza). De este modo pasaron los
años creyendo que esta actitud de “objeto” era algo incuestionable, por
no decir natural. Cuando tuve mis primeras experiencias sexuales cumplí al 100% ese rol, tanto que muy pocas mantuve prácticas que me interesaran o gustasen, siempre a disposición del otro.
Y qué decir del porno lésbico y el boom que
experimentó hace pocos años cuando millones de hombres heterosexuales
comenzaron a reproducir infinidad de vídeos que satisfacían sus
fantasías. Por cierto, la inmensa mayoría de actrices de este género cumplen roles ultra femeninos,
pareciendo chicas heterosexuales que se “portan mal”. Muchas lesbianas
se manifiestan en contra de éste por considerarlo “irreal” y “forzado”,
ya que las actrices son por lo general hetero, pero claro, están
trabajando.
“Las chavalas y los chavales de 14 ya reproducen esos roles sexistas.
En sus primeras relaciones, y por culpa de estos roles, ellas ya
intuyen qué comportamiento sexual es deseable que tengan.
Se marcan unos roles bien diferentes para el hombre y la mujer”, opina
Antonio Rial, profesor de la facultad de Psicología de Santiago, en una
entrevista de “La Opinión A Coruña”. Una encuesta de la Comunidad de
Madrid desvela que entre 2010 y 2013, un 5,3% de chicas entre 14 y 16
años tuvieron situaciones en las que “el chico con el que salían le había impuesto conductas de tipo sexual” que ellas no querían realizar.
Hace unos meses leí un artículo de George Ritzer, profesor de sociología de la Universidad de Maryland, titulado “La McDonalización de la sociedad”, en el que pone de manifiesto cómo nuestro mundo y nuestra cultura ha ido adaptándose hacia lo fast. La “cultura de lo rápido” (fast food, servicio 24h, express money,
etc.) se basa en el alcance lo más instantáneo posible de cualquier
objetivo o deseo de consumo que tengamos, y esto, según Ritzer, también
se ha manifestado en las prácticas sexuales, ya que también se promueve
el goce instantáneo de lo que creemos es una relación, pero que en
verdad no supera el plano virtual.
En la película El dormilón, Woody Allen no sólo crea un mundo
futurista en el que McDonald’s es un elemento importante y bien visible,
sino que también vislumbra una sociedad en la que incluso el sexo sufre
el proceso de la McDonalización. Los ciudadanos de ese mundo
futuro podían entrar en una máquina llamada “orgasmatrón” que les
permitía alcanzar un orgasmo sin practicar el coito.
Shirley Zussman, la sexóloga más veterana del mundo, en una
entrevista publicada en “El Confidencial”, ofrece siete “lecciones”
sobre este tema. En la lección nº 4, titulada La trivialización del cuerpo de la mujer es cada vez mayor, Zussman dice “Hoy en día siento que la mujer está siendo convertida en un objeto sexual. Hablamos de la libertad sexual, pero nuestros cuerpos están siendo usados para todo tipo de propósitos comerciales”.
La doctora también cree que la omnipresencia de la pornografía online está causando muchos problemas entre los hombres. “Tengo bastantes pacientes que se sientan en el ordenador a ver pornografía y han perdido el interés por buscar pareja. Veo
a muchísimos solteros que no hacen el esfuerzo de conocer a gente para
no enfrentarse al posible rechazo y prefieren satisfacer sus necesidades
sexuales masturbándose frente al ordenador”.
¿Es Internet y la pornografía un refugio en dónde somos inmunes a la
inseguridad que podríamos sentir a la hora de mantener una relación
sexual física? ¿Tiene este mundo virtual la capacidad de atraparnos en
una interminable espiral de consumo? ¿Qué nos sucede?
Por último, quisiera mencionar un texto de la artista escénica y
activista chilena ‘Hija de Perra’, fallecida en 2014, publicado en la
revista “Punto Género”. “La pornografía ha jugado un rol fundamental
en el aprendizaje del ejercicio amatorio, lamentablemente está casi en
su totalidad realizado y dirigido por hombres, lo que se traduce en
creencias muchas veces enajenadas sobre la sexualidad“, dice.
Esta es mi opinión. Lo que he querido comunicar es que, a mi
entender, debemos romper ese vínculo que hemos forjado entre el deseo de
masturbarse con el uso de la pornografía, para después construir una
nueva manera de entender y desarrollar nuestra sexualidad sin caer en estereotipos o roles discriminatorios. Usemos más la imaginación para crear fantasías, y, sobretodo, seamos conscientes de lo que vemos.
Dani Curbelo (@Danmarcur)
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