¿Ya no nos recuerdas?
Somos aquellos niños que estábamos mañana, tarde y noche en la calle, en el barrio, por fuera de tu vivienda. Aquellos de los que tantas y tantas veces oíste o te preguntaste: “¿ Pero estos niños no tienen padres?” o “¿Dónde están los padres?” o “La culpa la tienen los padres”…¿La culpa de qué? Esa fue la pregunta que te falto hacerte u oír.
Somos aquellos niños que si eras de nuestra edad, tus padres te prohibían estar con nosotros, no te querían ver con nosotros, y tantas y tantas veces te advirtieron de nosotros. “Nosotros” esa masa de seres uniformes que no se sabían de donde salían pero que nuestra mera he infantil inocencia ya molestaba
Somos aquellos niños que debajo de nuestros bermudas asomaban dos piernas delgadas como ramas, donde en nuestras pequeñas y famélicas rodillas siempre las teníamos llenas de heridas, sangre mezclada con suciedad. La misma sangre y posiblemente también la misma suciedad que anidaba en nuestros jóvenes corazones desde muy temprano.
Somos aquellos niños de manos muy sucias, y uñas largas y negras resultado de estar todo el día en la calle. Y es que ¿Acaso había algún otro lugar donde ir?
Somos aquellos niños que nos vendíamos por cualquier cosa comestible, y es que el hambre no entiende de explicaciones.
Somos aquellos niños que nos vendíamos por cualquier cosa comestible, y es que el hambre no entiende de explicaciones.
Somos aquellos niños de churretes negros en la cara, y pelos largos en la cabeza muchas veces con piojos, que cuando la situación era ya insostenible, quizás por la imagen de abandono que dábamos al tener el pelo así, o quizás como manera económica y radical de acabar con nuestros parásitos, nos veías aparecer con la cabeza absolutamente rapada cuando menos te lo esperabas. Eso sí, bastantes veces con algún mechón de pelo largo que nos quedaba ya que nuestros padres o amigos que nos pasaban la rapadora no eran peluqueros profesionales precisamente. Aquellas cabezas que preocupaban más su exterior que su interior.
Somos aquellos niños que llevábamos la ropa con lamparones y numerosas manchas, pero que la suciedad no era lo que más destacaba de nuestra vestimenta. Lo que más destacaba eran como asomaban nuestros pequeños tobillos en los pantalones largos, o que los pantalones cortos eran más pequeños que los propios calzoncillos, o nuestras camisas las llevábamos pegadas al cuerpo debido a su pequeño tamaño. Y es que si, la ropa tenía que durarnos hasta que fuera inservible, por muy pequeña que nos quedara ya, o por muy sucia y rota que estuviera. Claras muestras de abandono se pensaba. Pero se olvidaban de profundizar acerca de por quién estábamos abandonados realmente, si por nuestros padres, o por la sociedad y el sistema en su conjunto.
Somos aquellos niños sin calcetines, con la suela de nuestros viejos tenis despegada, y con la punta absolutamente abierta desde donde si te fijabas, podías ver nuestros dedos, y por donde los días de lluvia nos empapábamos y enfriábamos los pies. Tenis rotos debido a jugar al futbol con piedras, latas, botellas,…o cualquier basura que ruede, y es que ni para pelotas nos alcanzaba, y cuando afortunadamente conseguíamos una, o la reventaban los coches al pisarla, o venia la policía a quitárnosla porque supuestamente “estábamos rompiendo los cristales con ella”. Nunca nos atrevimos a preguntarle que alternativas a “jugar” nos proponía a unos niños su excelentísimas autoridades.
Somos aquellos niños que en nuestra casa nos echaban diciendo que nos fuéramos a la calle para no molestar, y en la calle nos echaban diciendo que nos fuéramos a donde vivíamos “a molestar”.
Somos aquellos niños que buscábamos refugio en casetas echas de cartón cogidos de la basura mas cercana, aunque la verdadera soledad la sentíamos en nuestro interior, que nos entreteníamos con un palo en la rama, herramienta perfecta para hurgar en jardines y containes de la basura, o matar nuestra curiosidad hurgando en ratas o gatos muertos. Somos aquellos niños que teníamos brechas en la cabeza debido a que cuando nos enfadábamos entre nosotros nos tirábamos piedras. Acción que a veces también repetíamos cuando nos cansábamos de las broncas, insultos y desprecios de los mayores y estábamos ya tan llenos de rabia que no nos conformábamos con el habitual corte de manga o escupitajo.
Somos aquellos niños que alargábamos el tiempo que pasábamos en la calle, que intentábamos llegar lo más tarde posible a nuestra casa, nuestro infierno familiar, y es que sufríamos menos viendo los estragos de la droga, el alcohol, o la pobreza fuera que dentro de nuestra propia casa.
Somos aquellos niños víctimas de todo tipo de abusos y golpes por parte de los mayores, que aprendimos a vivir, criarnos, y educarnos en la calle a refugiarnos y protegernos en nuestro grupo de amigos, a cuidarnos entre nosotros, que vimos cosas que nunca debimos ver, que hicimos cosas que nunca debimos hacer, que aprendimos cosas que nunca debimos aprender, que descubrimos cosas que nunca debimos descubrir, que crecimos antes de hacernos mayores.
Nos culpaban cuando aparecían los containes o cualquier otro mobiliario envuelto en llamas. Nos asociaban de cualquier destrozo o acto de vandalismo que veían en el barrio. No dudaron en señalarnos, incluso en llamar a la policía para escondidas detrás de sus ventana, disfrutar del cruel abuso policial sobre unos niños inocentes.
Somos aquellos niños que nos predijeron un negro futuro, que acabaríamos yonkies, alcohólicos, indigentes, en la cárcel o muertos y que desgraciadamente en algunas ocasiones la desesperación de una vida sin vida desde el nacimiento hicieran que no se equivocaran.
Somos aquellos niños que hemos sobrevivido. Aquellos NIÑOS. Aquellos NIÑOS DE LA CALLE. Que nos hemos hecho grandes, y que en nuestros corazones y estómagos anidamos el odio y la rabia de la calle, de la pobreza, de la miseria, del desprecio, de la humillación, de los abusos, de los golpes,…que tuvimos que aprender y vivirlo desde que éramos AQUELLOS NIÑOS. LOS NIÑOS DE LA CALLE. Y NOS DEBEN UNA VIDA.