Para cualquier mujer el derecho a abortar -en condiciones seguras
para su vida y salud- es incuestionable y una decisión que sólo ella
debe tomar. Implica poder elegir sobre su vida y su propio cuerpo,
libremente, sin cuestionamientos sociales y mucho menos morales o
religiosos.
Pero plantear el tema del aborto supone sacar a la luz otras cuestiones que afectan al conjunto de la sociedad – y no solo a la mujer- y que están muy relacionadas con la dominación que el sistema de poder ejerce sobre hombres y mujeres, además de afectar al desarrollo de nuestras vidas sexuales y al modelo de sociedad en el que querríamos vivir. Implica hablar de cómo nos relacionamos, de respeto, de igualdad, de derecho a decidir, de modelos de familia, de maternidad y paternidad, de desarrollo sexual, de planificación familiar y métodos anticonceptivos y por supuesto de educación sexual. Temas que afectan al conjunto de la sociedad y que sirven para establecer las bases de nuestras relaciones y romper barreras de género. Permitir que sean “otros” quienes controlen ese derecho y decidan en qué casos puede o no llevarse a cabo un aborto, implica tolerar una imposición y dominación inaceptables, ejercida directamente sobre la mitad de la población y que va más allá del hecho mismo del aborto, pues nos imponen, por ejemplo, una maternidad heterosexual, -mientras que a otras personas se la niegan, gays y lesbianas-, y un modelo concreto de familia.
Lo que intentan –quienes legislan y gobiernan, quienes ejercen el poder- es perpetuar la familia patriarcal y heterosexual, mantener un modelo de control y dominación en el que confían todavía. Idea que se refuerza si consideramos que aún se reprime el libre desarrollo sexual de las personas, que con carácter general no se educa ni en el respeto ni en la igualdad y que en el caso de existir una mínima educación sexual ésta es, muchas veces, lesiva para la persona dado el carácter represor que suele tener -el aumento de casos de violencia machista entre adolescentes no es casual, ni que sigan produciéndose agresiones homófobas-.
Considerando que “políticamente” no preocupa la prevención del embarazo ni la educación sexual y que los métodos anticonceptivos ni son baratos ni están al alcance de todas las personas, podemos afirmar que con la nueva Ley del Aborto imponen la “maternidad” a toda mujer que estando embarazada no desee ser madre. Históricamente quienes ejercen el poder o pretenden hacerlo –gobernantes varios, capitalistas o no, junto con iglesias y religiones- siempre han querido controlar nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y las consecuencias de su libre desarrollo. Sexo, embarazos, aborto, casamientos, tipo de familia, monogamia o poligamia, heterosexualidad, roles... ha sido conducido o impuesto. ¿Qué temen del libre desarrollo del cuerpo y de la sexualidad en general y en particular del de la mujer? ¿Acaso su libre desarrollo podría hacer tambalear los pilares de su sistema de dominación? Si ello fuera cierto, el desarrollo de una vida sexual sana, sin trabas, sin dominaciones, con relaciones basadas en el respeto y el reconocimiento de la diferencia, sería revolucionario en sí mismo y resultaría fundamental para llevar a cabo el planteamiento de cualquier proceso de transformación social.
Desde esta perspectiva, reivindicar desde el mundo libertario un aborto libre y gratuito es incuestionable, pues con ello estamos reclamando el derecho que todos y todas tenemos a decidir sobre nuestro cuerpo, a tener el control de nuestras vidas. Reclamar el derecho al aborto es por tanto fundamental en la lucha contra todo tipo de dominaciones, que en este caso además facilitaría poder disfrutar de nuestros cuerpos, es ese camino hacia una sexualidad libre y respetuosa. De este modo, hombres y mujeres, no sufriríamos la aberración de la imposición de la maternidad o paternidad es decir, la imposición de la familia.
Rosa Fraile
Periódico CNT nº 405 - Noviembre 2013
http://www.cnt.es/Pero plantear el tema del aborto supone sacar a la luz otras cuestiones que afectan al conjunto de la sociedad – y no solo a la mujer- y que están muy relacionadas con la dominación que el sistema de poder ejerce sobre hombres y mujeres, además de afectar al desarrollo de nuestras vidas sexuales y al modelo de sociedad en el que querríamos vivir. Implica hablar de cómo nos relacionamos, de respeto, de igualdad, de derecho a decidir, de modelos de familia, de maternidad y paternidad, de desarrollo sexual, de planificación familiar y métodos anticonceptivos y por supuesto de educación sexual. Temas que afectan al conjunto de la sociedad y que sirven para establecer las bases de nuestras relaciones y romper barreras de género. Permitir que sean “otros” quienes controlen ese derecho y decidan en qué casos puede o no llevarse a cabo un aborto, implica tolerar una imposición y dominación inaceptables, ejercida directamente sobre la mitad de la población y que va más allá del hecho mismo del aborto, pues nos imponen, por ejemplo, una maternidad heterosexual, -mientras que a otras personas se la niegan, gays y lesbianas-, y un modelo concreto de familia.
Lo que intentan –quienes legislan y gobiernan, quienes ejercen el poder- es perpetuar la familia patriarcal y heterosexual, mantener un modelo de control y dominación en el que confían todavía. Idea que se refuerza si consideramos que aún se reprime el libre desarrollo sexual de las personas, que con carácter general no se educa ni en el respeto ni en la igualdad y que en el caso de existir una mínima educación sexual ésta es, muchas veces, lesiva para la persona dado el carácter represor que suele tener -el aumento de casos de violencia machista entre adolescentes no es casual, ni que sigan produciéndose agresiones homófobas-.
Considerando que “políticamente” no preocupa la prevención del embarazo ni la educación sexual y que los métodos anticonceptivos ni son baratos ni están al alcance de todas las personas, podemos afirmar que con la nueva Ley del Aborto imponen la “maternidad” a toda mujer que estando embarazada no desee ser madre. Históricamente quienes ejercen el poder o pretenden hacerlo –gobernantes varios, capitalistas o no, junto con iglesias y religiones- siempre han querido controlar nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y las consecuencias de su libre desarrollo. Sexo, embarazos, aborto, casamientos, tipo de familia, monogamia o poligamia, heterosexualidad, roles... ha sido conducido o impuesto. ¿Qué temen del libre desarrollo del cuerpo y de la sexualidad en general y en particular del de la mujer? ¿Acaso su libre desarrollo podría hacer tambalear los pilares de su sistema de dominación? Si ello fuera cierto, el desarrollo de una vida sexual sana, sin trabas, sin dominaciones, con relaciones basadas en el respeto y el reconocimiento de la diferencia, sería revolucionario en sí mismo y resultaría fundamental para llevar a cabo el planteamiento de cualquier proceso de transformación social.
Desde esta perspectiva, reivindicar desde el mundo libertario un aborto libre y gratuito es incuestionable, pues con ello estamos reclamando el derecho que todos y todas tenemos a decidir sobre nuestro cuerpo, a tener el control de nuestras vidas. Reclamar el derecho al aborto es por tanto fundamental en la lucha contra todo tipo de dominaciones, que en este caso además facilitaría poder disfrutar de nuestros cuerpos, es ese camino hacia una sexualidad libre y respetuosa. De este modo, hombres y mujeres, no sufriríamos la aberración de la imposición de la maternidad o paternidad es decir, la imposición de la familia.