Octavilla difundida en el barrio de Sants (Barcelona).
Todas las personas merecen una vida que merezca la pena ser vivida. Y cómo debe ser vivida es una decisión que debe elegir y tomar cada persona de forma libre, sin coacciones, sin condiciones, sin delegaciones, sin que nadie decida sobre una misma.
Marina, como persona, ha elegido, a sus 15 años, que quiere estudiar matemáticas, que quiere dedicarse a la investigación, le asombra la existencia de los planetas y las estrellas, de cómo éstas se ven aunque, en realidad, hayan dejado de existir hace miles de años. Mientrastanto, Marina trabaja los fines de semana en un pequeño supermercado para poder pagarse los estudios. Los que cursa ahora y los que quiere cursar en un futuro. La educación, que nunca fue pública porque nunca fue gratuita, ahora ha triplicado sus precios y eso la obliga a vender su tiempo, ese tiempo que podría estar dedicando a cosas que le interesan mucho más y le hacen crecer y disfrutar como persona: leer, ver películas, quedar con sus amigas, estar en casa charlando con su família, pasear por el bosque, o por la playa, y un largo etcétera. Además, tiene que trabajar también porque el transporte público ha subido y, por lo que parece, debe ser culpa de todas las personas que lo usan ya que son éstas las que deben asumir la subida de precio. Y eso que dicen por ahí que se gestionaron mal los recursos e incluso que hubo quien se metió el dinero en el bolsillo. Y pese a que ella nunca decidió cómo gestionar el transporte público ahora tiene que pagar más por el autobús que la llevaba cada día al instituto. Y tendrá que trabajar más horas de las que ya hace porque no puede, ni quiere, pedirle dinero a sus padres. Bastante tienen ya: su padre despedido hace un año, a sus 52, cuida de la casa esperando que alguien lo llame. Y espera, también, que llegue su madre, quien milagrosamente tiene trabajo después de varios ERE’s, pero que a penas llega a un salario que les permita pagar la comida, las facturas y la hipoteca.
Marina tiene un amigo. Un chico del instituto con quien se lleva bien y se gustan. Hace un par de semanas, Marina tuvo una falta en su regla. Se hizo un test y salió positivo. No podía ser: siempre usaban preservativo. Y la última vez, que se rompió, ella se tomó la píldora post-coital.
Marina no quiere ser madre. No ahora. Y tampoco sabe si lo querrá ser en un futuro. A saber qué estará haciendo dentro de unos años. Igual está inmersa en dibujar mapas estelares que muestran cuáles son las estrellas más antiguas, o las más lejanas, a lo largo de toda la historia. Y a eso es a lo que le quiere dedicar su tiempo. O igual no, igual quiere ser madre. Igual está en pareja, o en família o sola y decide que tiene ganas de vivir la experiencia de traer una persona al mundo y criarla. Porque el camino que ha elegido lo ha construido de manera que puede andar con tranquilidad, viviendo su vida y compartiendo parte de ella con su hijo. Y dándole a su hijo también un inicio de camino que valga la pena empezar a pisar.
Marina se acerca al hospital, ha decidido abortar porque no quiere ser madre en este momento. Como persona que es, elige dedicar su vida a lo que ella quiere. Y, ahora mismo, no es la maternidad. Se dirige al hospital y, allí, se da cuenta, sorpresa, que además de persona es mujer. Y como mujer su papel en la sociedad está muy determinado por entes totalmente ajenos a ella. La iglesia, con su moral hipócrita, sitúa a la mujer al servicio del hombre: para limpiar, cocinar, tener miles de hijos y sonreir mientras se escucha a los demás sin hablar. ¿Y de quién se sirve la iglesia para llegar con sus garras al cuerpo de las mujeres? Del estado. El estado ha decidido que abortar no se puede hacer libremente. Abortar es un delito y sólo se puede llevar a cabo en ciertos casos: por violación o por graves problemas de salud para la madre. Necesita que dos médicos corroboren que es un problema grave para su salud. Y, además, necesita la autorización de sus padres, como si ella no tuviera claro que es lo que quiere hacer. Ella sabe que en otros países sí podría abortar, pero para ello tendría que pagarse el viaje. Claro que hay chicas que pueden pagarselo pero ella no. O que hay clínicas privadas, pero viene a ser lo mismo, y a saber las condiciones sanitarias. ¿Qué va a hacer? ¿Trabajar más horas de las que ya trabaja? No puede. Y no puede pedir dinero en casa. ¿Qué hará? ¿Ser madre porque no hay opción?
Marina tiene quince años y no quiere ser madre. Y Marina es cualquier mujer que decide no ser madre ante un embarazo no deseado. Marina tiene 57 años, está casada y tiene tres hijos, ni puede ni quiere uno más. Marina tiene 42 años, se acaba de divorciar y tiene un test positivo de su ex-marido entre las manos. Marina tiene 35 años es trabajadora sexual y un cliente se quitó el preservativo mientras la mantería aferrada. Marina tiene 31 años y recibe la noticia de que el niño que lleva en su vientre tiene una malformación que le hará vivir en estado vegetativo desde el nacimiento. Marina tiene 27 años, se entera que está embarazada pasadas tres semanas que alguien le echara algo en la bebida una noche de sábado, y no denunció la violación en las 24h siguientes. Marina es un largo etcétera.
¿Quién ha decidido que como mujer hay que ser madre por obligación?
¿Porque un papel, llamdo ley, define lo que una mujer puede o no hacer con su propio cuerpo?
Marina no y es su vida de lo que se está hablando.
Acció Llibertària de Sants
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