El discurso emprendedor y la psicología como arma de destrucción masiva
La receta que le da el discurso dominante a los millones de parados expulsados del sistema es que se pongan a emprender de una vez y que dejen de quejarse. Y los empleados extenuados que siguen en los curros tras los despidos y tienen que echar el doble de horas, lo que deben hacer es “motivarse”, conectar con el entorno con técnicas psicológicas como la meditación o el mindfullness, y aguantar con una sonrisa, porque todo está en tu mente: ante el capataz que te explota no busques la alianza con tus compañeros, aprende a ser flexible y a aprovechar las oportunidades que te brinda la empresa. Porque todos, empresa y tú, vais en el mismo barco, y fuera del barco lo único que hay es miedo.
Enganchados al consumo y agarrados por las deudas con los bancos, la gente se aferra al trabajo como puede. Las viejas redes de apoyo han muerto o están en trance de desaparecer: lo que queda de los sindicatos mayoritarios es una broma de mal gusto y la misma familia, la última red antes de desaparecer en el vacío de la nada, cada vez tiene menos capacidad de sustento, o incluso cada vez tiene menos existencia. El capitalismo industrial ha actuado desde su implantación, en el siglo XIX, como una fuerza centrífuga que primero acabó con la familia extensa, capaz de acoger (y también de controlar) a sus miembros y ahora está matando a la familia nuclear, con las manos del hedonismo y del derecho a ser feliz; si tratamos a nuestros semejantes como productos que deben satisfacernos, lo normal es que dejemos por el camino a los que nos dan la tabarra o no responden a nuestras expectativas. El ideal capitalista, cada vez más frecuente en países como Estados Unidos, es el de tratar con individuos solos, lanzados al mercado en nombre de la libertad y del deseo. Estos individuos son los únicos responsables de su destino y si no quieren desaparecer deben jugar con las normas mayoritarias. Cada uno lleva dentro un feroz empresario, cada uno es el “manager” de sí mismo. Nos enseñan, como fascinante ejemplo del principio de realidad, al “lobo” de Wall Street. Proliferan las vidas metidas en guardamuebles, porque la gente se “reinventa” constantemente en el país de la libertad y apila en almacenes los restos de los sucesivos naufragios. Como esas vidas entregadas a la nada empresarial —donde es posible que el trabajo y la pareja se evaporen de un día para otro— pueden volver loco a cualquiera, es necesario un esfuerzo global de autohipnosis que nos haga levantarnos por la mañana sin empuñar un arma: millones de antidepresivos y de técnicas de psicología positiva nos ayudan a sobrevivir sin rebelarnos.
Solo cabe ver la trampa y dirigirse exactamente en la dirección opuesta, fortaleciendo o recuperando redes humanas que estén completamente alejadas del cálculo del beneficio, económico o emocional. Y apagar ese contaminante global del género humano que es la televisión.
Aurora Negra/Fesoria número 1