“Elige tu futuro. Elige la vida… ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?” – Trainspotting, Danny Boyle (1996).
Cada sociedad dispone de los estimulantes y de las drogas que necesita y que es capaz de asimilar. Sin embargo, cuando se consulta a la gente por la drogas siempre se tiende a calificar como un problema de pobres y marginales, de enfermos/as y delincuentes; pero nada más lejos de la realidad, las drogas, “legales” o “ilegales”, están presentes en la mayoría de nuestras acciones diarias, ya sea desde el café/té de la mañana, la cañita del aperitivo, el cigarro de después de comer o la pastilla que nos receten para conciliar el sueño. Debemos ser conscientes que las drogas, entendidas como sustancias (naturales o artificiales) que modifican el estado mental y/o físico de las personas, han estado presentes en todas las culturas desde que el mundo es el mundo, han estado asociadas al desarrollo cultural de muchas civilizaciones, a través de una estructuración natural de la medicina y del ritual mágico-religioso. No obstante, el uso indiscriminado de estas sustancias surge con el desarrollo de las sociedades de consumo, como parte de la cultura capitalista, suponiendo el mejor negocio para algunos/as y la peor desgracia para otros/as.
Cuando se instaura el capitalismo, las drogas, como todo lo demás, se convierten en mercancía. Dejan de tener exclusivamente valor de uso para adquirir también valor de cambio y por tanto, su consumo está determinado por las leyes del mercado, es decir, por la oferta y la demanda. En lo micro, el consumo de drogas queda inserto en estrategias de economía informal que suponen la supervivencia para unos e incluso la movilidad social.
Se olvida fácilmente que los efectos de un producto dependen menos de las propiedades químicas o farmacológicas que del modo, contexto y expectativas con las que se consume. Por esto, hablar de la droga como un asunto personal que depende exclusivamente de la poca cabeza o falta de voluntad del yonki de turno es minimizar el problema y no ver la función social que cumplen las drogas. Más allá de la demonización que se hace del consumo de ciertas sustancias, del mercado en que se muevan y quien las promueva, las drogas tienen una función social, y como tal el Estado es parte reguladora de su función. Hablar de narcotráfico es, en muchos sentidos, hablar de Estado. Es imposible entender esta actividad sin fijarse en el papel que ha desempeñado el Estado en su surgimiento, gestión, poder y alcance. Este papel es el que jugó el Estado (no solo en España, sino también en Italia, Francia, EEUU, Alemania, etc.) en los no tan lejanos años 70 y 80 con la irrupción de la heroína en los barrios obreros. Una estrategia bien calculada, precisa y continuamente reformulada según las condiciones sociales con la que adormilar y silenciar a toda una generación que le tocaba vivir épocas de lucha y cambio. Por eso, para nosotros/as, la droga no puede ser tratada como una cuestión individual sino como un problema social que, como todo en esta sociedad, no afecta por igual a una clase social que a otra.
Aunque el panorama actual no sea el mismo que hace dos o tres décadas, el papel que el Estado está desarrollando ahora es bastante similar, es decir, mirar hacia otro lado y que la gente gestione sus miserias allá como pueda. Efectivamente, las sustancias son una excelente vía de escape para huir de los problemas y en este sentido, podríamos decir que en una época de crisis como la actual aumenta el consumo de drogas, las cuales son tomadas como analgésico de los problemas sociales. Como cualquier mercancía, las drogas también se ajustan al mercado de los consumidores, así, surgen drogas más económicas que suelen generar una mayor dependencia física y psicológica. En el mundo de la droga lo barato sale caro.
Después de un tiempo en el que el Estado invertía en asociaciones de ayuda a drogodependientes o toxicómanos, las cuales, en su mayoría surgieron como experiencias autónomas de los/as propios/as implicados, en el momento actual el problema de las drogas ha pasado a un ¿segundo?, ¿tercer?, ¿cuarto plano? Y las ayudas a este tipo de iniciativas se han vuelto a ver reducidas esta vez en 35% y en el caso de la Comunidad de Madrid la cifra asciende hasta más de un 63%. Estos recortes no hacen más que revelar una línea de acción orientada exclusivamente a la medicalización de los tratamientos, pero seamos veamos las cosas como son, la sustitución de una adicción, de una sustancia, por otra no supera el problema; la metadona, los fármacos, no prepararan para una nueva vida, por lo que todo tratamiento que deje al margen la parte de ayuda psicosocial no conllevará realmente una superación integral del problema.
Vamos a dejarlo claro, desde estas líneas no pretendemos pedir al Estado nada, de hecho, como anarquistas abogamos por el apoyo mutuo y la autogestión comunitaria de nuestras vidas y con ello, la autogestión de nuestra salud y nuestro ocio. Con este texto, simplemente, queremos dejar constancia del papel que juega el Estado en todo este asunto de la hipócrita “lucha” contra las drogas y animar a la acción contra lo que nos convierte en esclavos/as.
A modo de homenaje y recomendación, recogemos estas palabras del libro Para que no me olvides, de Madres Unidas contra la Droga (Editorial Popular):
“Cuando ocurre un genocidio, es fundamental transmitirlo para que no pase desapercibido en los libros de historia y se contemple como una barbaridad humana y evitar que vuelva a repetirse.
Esto es lo que pretendemos con este libro, comentar de viva voz, desde nuestras entrañas, que aquí en el Estado Español se ha producido un exterminio. Gran parte de la generación de principios de los sesenta fue aniquilada al permitirse, sin ninguna impunidad, que la heroína llegara a los barrios más pobres de todas las ciudades. Esto contuvo a miles de jóvenes que con toda su vitalidad, se enfrentaban al nuevo panorama socio político, lleno de cambios y proyectos, en cuyo desarrollo podrían haber tenido un papel fundamental si se les hubiera permitido participar. La droga los apartó de este camino y les llevó al de la marginación, las cárceles, la enfermedad… Fueron quitados de en medio, estigmatizados y culpabilizados de algo de lo que solo el abandono político es responsable.
No hubo respuesta ante la llamada de las que percibíamos el desastre, hasta que éste fue irreversible. Fuimos las madres las que nos anticipamos y percibimos, incluso antes que nuestros propios hijos, como la muerte nos los arrebataba. Y fuimos de los primeros grupos que al unirnos descubrimos lo que estaba pasando, pues no era uno ni dos los que estaban muriendo, fue una generación entera.
Esa certeza nos hizo reaccionar e inventar otras formas de lucha, que ahora desde la más profunda humildad, queremos compartir por si puede ser útil a cualquier persona en cualquier lugar del mundo, que luche para que ninguna injusticia social sea silenciada y olvidada por la historia”.